Considero un deber social reconocer que la campaña de Xóchitl Gálvez, ha sido una hazaña de valor personal y cívico.
Sus verdaderos contendientes fueron el Presidente, veintidós gobernadores, una multitud de ayuntamientos, el partido de Estado, los poderosos intereses creados; y, sobre todo, cientos de miles de pensionados.
Ahora, Xóchitl refrenda sus convicciones y entereza, encabezando de manera personal y pacífica la defensa del voto: no sólo por ella, sino por el equilibrio de fuerzas en el Congreso.
A diferencia de José Vasconcelos que cuando perdió ante Pascual Ortiz Rubio, huyó al extranjero y ofreció volver cuando hubiere un grupo armado que lo apoyara.
En nuestra historia hay una zaga de elecciones fraudulentas: muchas resueltas cruentamente.
Gracias al tesón de organizaciones civiles, intelectuales y líderes sociales evolucionó la práctica política y fue encausada hacia la consolidación democrática.
Para no perder ese logro, es imprescindible que el cotejo de las actas y votos en los distritos electorales, se haga con estricto apego a la ley y la justicia.
Si el cómputo es justo, legitimará la victoria de la candidata que sea declarada vencedora; pero sobre todo allanará el camino de la reconciliación nacional y la gobernabilidad.
Por otra parte, el PAN, PRI, PRD y las organizaciones civiles deberían reconocer sus errores: los partidos se resistieron a aceptar la candidatura de Xóchitl; las organizaciones civiles se mantuvieron divorciadas de los partidos; y Xóchitl se quedó en la frontera sin asumirse de manera terminante candidata ciudadana o partidista.
Las clases medias y altas cayeron en la trampa de la polarización. En vez de alentar la unión y la concordia por un fin superior, hicieron burla de los menos favorecidos, olvidando que son los más numerosos.
Por el bien de todos, esperemos un Congreso plural, sin mayorías avasalladoras.
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