Es del dominio público que el poder político es un mal adictivo, progresivo y, casi siempre, incurable que obnubila a quienes lo padecen impidiéndoles valorar los pros y contras de sus decisiones.
En nuestra historia ha habido presidentes víctimas de ese padecimiento que han impuesto sus reelecciones; y otros que han intentado conservar su poder promoviendo la elección de sucesores débiles para gobernar a través de ellos.
Triunfaron reeligiéndose: Antonio López de Santa Anna; Benito Juárez y Porfirio Díaz.
Álvaro Obregón fue reelecto, pero fue asesinado antes de tomar posesión.
Tuvieron la tentación de la reelección, pero optaron por prolongar su mandato a través de sus sucesores, con éxito Plutarco Elías Calles; no pudieron hacerlo, entre otros, Luis Echeverría y Carlos Salinas.
Es incuestionable que López Obrador ha decidido continuar gobernando por medio de Claudia Sheinbaum.
La impuso como candidata entre sus pares. Utilizó todos los medios del Estado para que ganara.
Ahora le impone su controversial agenda legislativa; y, seguramente, el plan de gobierno.
Por eso, hasta el inicio del nuevo periodo presidencial viviremos un tiempo de incertidumbre; porque unos esperaran ansiosos la confirmación de la continuidad ideológica y política actuales.
Otros, por el contrario, esperaremos un golpe de timón que cambie para bien el rumbo del país.
Hasta ahora, Claudia Sheinbaum ha mostrado su aquiescencia con López Obrador.
Para unos eso significa que ha aceptado la directriz presidencial.
Otros mantenemos la esperanza que sea una muestra de la entereza y fortaleza que le ayudarán a afrontar los cambios que el país requiere.
Otro de los males que causa el apego al poder es la Hybris, esto es, la soberbia que impulsa a trasgredir los límites y termina perdiendo a quienes la padecen.
Lamentablemente, ellos pueden, arrastrarnos en su caída.
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