A sabiendas que el Año Nuevo es propicio para mirar en retrospectiva nuestra vida y los sucesos principales del país y el mundo, dediqué mi colaboración anterior a reflexionar acerca de las azarosas circunstancias que vivimos.
Concluí aquel escrito preguntando: ¿Qué actitud correcta podríamos asumir como individuos y qué debería hacer el gobierno federal ante la situación nacional e internacional?
Creo que el denominador común, a partir del cual ciudadanos y gobernantes deberíamos examinar el presente y el futuro, es la revisión de los planes y acciones realizadas y sopesar los resultados.
Todos desempeñamos diferentes papeles humanos y sociales.
En el ámbito personal en esta época se avivan los deseos de ser mejores; y más comprensivos y solidarios con la familia y el prójimo.
A tales propósitos deberíamos sumar el anhelo de ser ciudadanos informados y responsables; y, en la medida de cada quien, participar en la construcción de condiciones justas en la sociedad, la ciudad y la República.
De manera análoga, el gobierno federal debería hacer un examen, ordenado y objetivo de los programas y acciones del sexenio anterior; y, sin ambages, esto es, sin temor ni consideraciones, sopesar las consecuencias.
Y, así, determinar si es conveniente para el desarrollo saludable, sostenido y participativo del país, persistir en que imperen en el gobierno la ideología y los pactos internacionales inspirados, evidentemente, en corrientes marxistas y autoritarias.
O si debería reorientar el rumbo hacia la renovación y fortalecimiento de la vida republicana que implica la libre participación de los ciudadanos, los empresarios y los partidos en la toma de decisiones y en la ejecución de las acciones gubernamentales.
La sociedad civil debe incidir en la idiosincrasia de las autoridades; y un buen gobierno debe conjugar la multiplicidad de intereses y encauzarlos al bien común.