Hasta el momento de redactar esta columna, bien entrada la tarde del lunes 8 de julio, no había leído, visto o escuchado ninguna posición oficial respecto a Rodrigo Huescas por parte de la directiva del Cruz Azul.
Para poner a quienes no sepan de qué escribo en conocimiento, el mediocampista de 20 años, habitual número 18 en la camiseta de los cementeros, decidió marcharse a Dinamarca, tras disputar la primera jornada del torneo el pasado sábado, para enrolarse con el Copenhague, uno de los principales equipos de la Liga danesa.
No se fue “negociado” o vendido Huescas. Asesorado por sus representantes, dejó al equipo que lo formó y proyectó como profesional, bajo el unilateral recurso del “pago de su cláusula de rescisión de contrato”.
Lo que ha trascendido es que este pago es o fue o será de 2 millones de dólares. Muy poco dinero si uno revisa el rol principal del joven canterano en el Cruz Azul, además de ser un habitual convocado a selecciones nacionales menores.
Se ha dicho hasta el cansancio en las largas últimas horas, en los medios de información deportiva, que la directiva del Cruz Azul se encuentra muy enojada o molesta con Huescas y sus representantes. Que el jugador se había comprometido a renovar su contrato a la alza para que el equipo de la cooperativa cementera lo pudiera vender en al menos 6 o 7 millones de dólares. Y que de un momento a otro cambió de parecer.
Ya veremos, cuando el presidente del Cruz Azul o cualquier otro directivo de alto nivel, hablen del tema. Esto de estar dándole juego y voz a versiones no oficiales es un mal terriblemente dañino para el periodismo deportivo.
Por lo pronto, con la poca información oficial que se conoce, no queda más que felicitar a Rodrigo Huescas por su decisión. Con este su nuevo equipo podrá disputar competiciones europeas a nivel de clubes. Y si se fue pagando eso que dicen costaba su cláusula de rescisión, ¿dónde está el pecado? Ese valor no lo puso él, sino la directiva del Cruz Azul.