Es una crueldad brutal no ayudar a morir a alguien que sufre impotencia, dolor y desesperación: es un acto de sadismo, de verdadera maldad. La eutanasia es cuestión de compasión y amor ante el pedido o la súplica de un paciente en esas circunstancias.
Al escribir esto, recuerdo a Trinidad Nava Díaz, de la familia olvidada de Porfirio Díaz, a quien nosotros llamábamos Nana Nini. Antes de morir estuvo en un hospital meses enteros, completamente paralítica y sin poder hablar. Previamente a la pérdida del habla, lo último que pidió a sus médicos fue que la ayudaran a “irse con Dios”: ella era profundamente católica. Nadie pudo ayudarla a “irse con Dios”.
Esos meses Nana Nini no pudo siquiera pedir un fármaco para el dolor: sus ojos expresaban horror y desesperación. Poco a poco algunos de sus seres queridos comenzaron a dejar de ir a verla, quizá por inconscientes o quizá porque es demasiado difícil presenciar una agonía tan prolongada sin poder hacer nada.
La mayoría de quienes se oponen a la eutanasia, supuestamente lo hacen por motivos religiosos. Pero no es creíble que en verdad piensen que su Dios sea tan cruel como para querer que una anciana que dedicó su vida a amar a los demás, muera de esa manera. ¿No estaría de acuerdo su Dios en ayudarla a morir, en lugar de abandonarla al encierro mental con un cuerpo paralítico, en la desesperación y el dolor?
Si Dios es amor, si Dios es compasión, Dios es pro-eutanasia. Lo demás es sadismo cobarde, disfrazado de religión.
Solo alguien desalmado e insensible puede hoy en día no apoyar la eutanasia.
Paulina Rivero