No aprendemos.
En 1999 explotó un mercado de cohetes en Celaya y no aprendimos la lección. En el 2005, explotó un cargamento en Santiaguito y tampoco aprendimos. En el 2006, explotó un mercado en Tultepec, Estado de México, y pensamos que no volvería a ocurrir.
Pero sucedió otra vez, justo ayer.
El mercado de Tultepec estalló este martes, aún cuando fue presentado como el mercado más seguro de América Latina. La cifra de esta ocasión es: 29 muertos.
La tragedia con la pólvora parece inevitable.
Cuando ocurrió lo de Celaya, en septiembre de 1999, se incrementó la supervisión sobre la venta y consumo de pólvora. De hecho, en Guanajuato hasta se prohibieron los cohetes, pero esa medida sólo duró lo que el luto en los guanajuatenses. Poco a poco, se relajaron los operativos y después de 2 o 3 años, el consumo de pólvora se hizo otra vez normal.
No entendemos la lección.
En estas fechas, en Guanajuato hay un tianguis de pólvora en Salamanca, con todos los permisos. Y este año se anunció otro tianguis en la carretera Silao-Romita. Se supone que tienen los permisos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), pero eso no les quita peligrosidad y riesgo.
Lo que nunca se ha planteado es dejar de utilizar los cohetes en las fiestas populares. Eso ni pensarlo. El castillo es indispensable en la explanada del templo. El tronar los cohetes en Navidad y 16 de septiembre es una bonita tradición que nadie está dispuesto a perder.
Aquí están las consecuencias.
Otra vez hay muerte y dolor, negligencia y omisión, en el control de la pólvora.
Y nadie hace nada. Ni controlamos la venta de cohetes. Ni exigimos seguridad. Ni prohibimos el consumo. Ni perseguimos a los infractores. Ni hacemos campañas de prevención.
La tragedia nos persigue.
pablo.carrillo@milenio.com