La lepra es catalogada la enfermedad más antigua de la humanidad. Las momias egipcias de 2200 años AC ya padecían de lepra.
La mayoría de los autores atribuyen su origen en la India y fue llevada a Egipto por el conquistador Alejandro Magno. Egipto, por aquellos años, estaba ocupado por un pueblo errante: Los Judíos.
Hay documentos que indican que hasta 80 mil judíos tenían lepra en Egipto. Fueron responsables en parte de que la enfermedad se extendiera al huir de ese país.
Pero lo más importante es que, junto con los griegos y árabes, crearon una de las mayores confusiones en la historia de la medicina.
Los judíos catalogaban una serie de enfermedades de la piel como psoriasis, vitiligo y lepra como “impuras” y los afectados deberían ser alejados de la sociedad.
Para referirse a estas afecciones empleaban la palabra Tzaraat o Lepra. Mientras tanto, los griegos la llamaban “elefeantiasis” por su aspecto; y los árabes la llamaron Juzam.
En el Antiguo testamento, en el Levítico, se le da la connotación de impura o Tzaraat. Debido a estas traducciones e interpretaciones, inició el error y discriminación y miedo hacia los enfermos con lepra, que persiste hasta hoy.
La Biblia considera la Lepra no solo como una enfermedad del cuerpo sino también del alma, personas castigadas por Dios.
Los leprosos debían ser excluidos de la sociedad y retirados de los asentamientos humanos para vivir aislados el resto de su existencia.
El acto en el que Jesús alivia a los leprosos de sus males consiste más en “limpiar” que en curar. La lepra es un signo de pecado e impureza.
Cuando la enfermedad era diagnosticada en un paciente, el sacerdote iba a su casa, lo llevaba a la iglesia, lo acostaba envuelto en una sabana negra para que escuchara su última misa.
Al terminar lo encaminaba a la puerta de la iglesia y le decía: “Ahora mueres para el mundo, pero renaces para Dios”.
El paciente era expulsado de la ciudad; con un ajuar: capucha café, zapatos de piel, un bastón, un par de sábanas, un cuchillo y una campanita para avisar a la gente de su proximidad.
Hoy la lepra es curable; pero la gente, en particular los pacientes, temen más al rechazo que a la enfermedad. Han pasado miles de años y la discriminación aún está presente.
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