Comer las vísceras de animales ha sido un gusto milenario de la humanidad; crudas o cocidas, solas o acompañadas.
Las culturas antiguas griegas y romanas daban un poder adivinatorio a las vísceras principalmente al hígado; una vez sacrificado el animal, se disponían a observar los órganos internos, sobre todo al hígado y, de acuerdo con su aspecto, forma y color, recibían los mensajes del futuro inmediato; lluvias, sequías y desastres naturales o enfermedades eran previstos en las vísceras.
Después de esta visceroscopia el hígado era devorado por los comensales.
Los romanos siempre se caracterizaron por organizar grandes comilonas; los emperadores día tras día comían y bebían; para poder aguantar tremendas comilonas, inventaron un cuarto o habitación llamado vomitorum, lugar exclusivo para que el invitado tomara una pluma de ave, se la introdujera en la garganta y provocara el vómito, para después continuar comiendo y comiendo.
Al hígado como alimento se le han otorgado poderes más allá de adivinatorios, también afrodisiacos, además se recomienda como alimento de los neurasténicos o debiluchos para la anemia; aun recuerdo el terrible sabor de la llamada emulsión Scott, que sabía a rayos, con un pescador y un hígado marino en su etiqueta; una cucharada del líquido blanco era bueno como fuente de omegas y crecer fuerte y sano.
Hoy se ve en los restaurantes la preparación del hígado con cebolla y especias; otros lo consumen en compañía del riñón, la llamada riñonada que, en teoría, da poder al que lo come; de ahí la frase de échale riñones, cuando se quiere decir que se haga algo con mucha fuerza.
En la actualidad es difícil conseguir hígado para comer en las tiendas de auto servicio; prácticamente lo puede conseguir solo directamente del rastro o en carnicerías muy específicas sobre pedido.
El hecho de que el hígado sea el órgano más grande del cuerpo humano y que sea un gran laboratorio por donde los alimentos se metabolizan y las sustancias tóxicas como drogas, antibióticos y alcohol son depuradas, no significa que con tan sólo comerlo la persona adquiera esas bondades para su cuerpo.
Sin embargo, el consumo de órganos de animales perdura hasta nuestros días, pensando que ese órgano nos dará ese mismo poder en el humano; por ejemplo, los huevos o testículos de toro conocidos como criadillas, con la esperanza que el comensal adquiera la bravura y poderío del toro sacrificado.
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