Dice un refrán popular que cuando te toca, aunque te quites y cuando no te toca, aunque te pongas. Frase que engloba una gran sabiduría y que cito en virtud de que quiero compartir una anécdota familiar que la ejemplifica con claridad.
Tiene mucho que ver con el Paso 11 de los Alcohólicos Anónimos que dice que le pedimos a Dios que nos dejase conocer su voluntad y nos diese la sabiduría para cumplirla, lo que en otros contextos le llaman que “todo pasa por algo” o “los planes de Dios son perfectos (mucho mejor que los míos)”.
Hace 22 años un día como hoy exactamente, mi familia y yo vivimos un episodio de muchos, que nos permite ver con claridad de Dios que “los tiempos de Dios son perfectos”.
Un día 20 de enero de 2003, Gabriela y yo acudimos a cita con el ginecólogo en espera de nuestro tercer hijo. Era una consulta semanal prevista y en la misma le reportamos al médico que ya habían comenzado las contracciones.
El especialista hizo su trabajo de revisión natural y nos tranquilizó diciendo que al menos faltaba una semana para poder alumbrar e incluso programar, toda vez que nuestros primeros dos hijos habían nacido por cesárea.
Así sacamos cita de rutina para una semana posterior y nos fuimos tranquilos a casa, pensando en las cosas que aún nos faltaban para poder recibir a esta nueva criatura.
Al día siguiente, 21 de enero, cerca de las siete de la mañana, Gaby comenzó con dolores más fuertes y yo trataba de calmarla diciéndole que faltaba aún una semana, que tratara de relajarse y descansar.
Era tanta su incomodidad que para darle un poco de paz le llamé a la auxiliar del médico para que nos atendiera y le reportara al especialista. Como tratando de darnos más calma aún, nos sugirió que fuéramos al consultorio a chequeo, aun cuando un día antes estuvimos por ahí.
En el camino yo iba como operador de ambulancia y por teléfono traía en altavoz a la auxiliar dándonos instrucciones y aún sosteniendo que seguramente eran contracciones falsas.
Llegamos al domicilio del consultorio que afortunadamente estaba ubicado en el mismo edificio del hospital, por lo que me acerqué al estacionamiento y pedí a un guardia que nos diera una silla de ruedas.
Apenas tuve tiempo de ir a estacionarme y la auxiliar me pidió irme al hospital. Cuando llegué, Gabo ya había nacido.
Así es la vida, los tiempos de Dios siempre son perfectos y aplica a cada aspecto de nuestra existencia.