Lo sé: soy un privilegiado. No solo porque pertenezco a la clase media (cada vez menos) alta y puedo ejercer mi profesión a distancia, sino porque tengo cónyuge con la que cohabito (contacto físico de la mejor y más entrañable calidad), perro y gato (contacto físico de otra índole pero también entrañable) y no tengo hijos a quienes ayudar con la educación a distancia e incordiar por el ancho de banda. Mi exhorto, pues, no es a los heroicos trabajadores —personal de salud, cocineros, repartidores— que deben salir a ganarse el sustento y sostener el funcionamiento de los servicios —les agradezco y admiro— sino a otros privilegiados como yo que, sin necesidad, se arriesgan y arriesgan a otros al contagio.
Salgo, sí. Con cubrebocas bien colocado siempre. A pasear al perro temprano, cuando hay poca gente en las calles, y cada ocho días al tianguis por la fruta. Al veterninario, otra cita hebdomadaria (mi perro está en rehabilitación). Y al dúplex en uno de cuyos departamentos vivía mi abuela y en otro vive mi madre, para ir desmontando la casa de la una y compartir la mesa con la otra. Nomás.
Sí, hago ejercicio: no preciso sino mi vieja bicicleta fija y la poca pero entusiasta fuerza de mis músculos abdominales. Sí, extraño restaurantes y bares. No, no extraño las cenas de parejas ni las comidas de negocios pero entiendo que haya quien las añore. Lo que no comprendo es que, con cuando menos 854 mil contagios y 86 mil muertos, haya quien priorice las diversiones sociales a la salud. Y menos que la gente se cite para compartir alimentos, obligada por fuerza a retirarse el cubrebocas.
Quien quiera —y es mi caso— apoyar a los restaurantes, pida a domicilio. Quien crea tener necesidad de una discusión presencial hágalo en un parque y con el consabido cubrebocas.
Y quien quiera socializar hágalo por Zoom. (He descubierto en la Ciudad de México un servicio de lo más oportuno, @2020cocktail, que ofrece libaciones notables a domicilio a tal efecto.)
¿Fatigados por la pandemia? Todos. Pero, si queremos que pase pronto, más vale oír las recomendaciones de la abuela. ¡A guardarse! ¡Y a taparse (la boca con un KN95)! No hay de otra.
Instagram: @nicolasalvaradolector