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¿Estamos listos para desmitificar el Día de las Madres, México?

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  • ¿Estamos listos para desmitificar el Día de las Madres, México?
  • Melisa Agüero

Es Día de las Madres, un día para perpetuar los estereotipos de maternidad en un país como México, que ha servido de ejemplo sobre “lo que las mujeres deben ser”.

¿Por qué comenzamos tan bravas? Pues veamos, si nos remontamos al momento en el que se promulgó el Día de la Madre en México, resulta que había mucha presión por mantener el status quo después de que en el mundo las mujeres pedían el derecho al voto, a la educación y en sí, pues a ejercer plenamente sus derechos.

Con el apoyo ineludible de José Vasconcelos y el periódico Excélsior –quienes notablemente iban en contra de estas movilizaciones, sobre todo ante la llegada de organizaciones internacionales a Yucatán que promovían la planificación familiar– se definió esta fecha para promover los ideales de la maternidad, que en México, lejos de ser como en otros países de Latinoamérica, guardan un tinte de abnegación casi total; prueba de ello está en la importancia de esta celebración en el país, que adora esta abnegación sin matices como una prueba de amor: perder la figura, perder oportunidades de desarrollo, perder su propia vida como ser humana para vivir a través de los otros, se vuelve la estampa de lo que se espera de las mujeres una vez que se convierten en madres, y se alaba porque el resto del año no podemos más que ridiculizarlas como “mamás luchonas” ante el normalizado abandono y ausencia paterna.

Pero bueno, regresemos al contexto histórico: sí, el padre de los libros gratuitos de educación pública y quien dejara el lema de la UNAM “por mi raza hablará el espíritu”, sí, era machista, y no, la educación no era para todos al parecer. En fin, lo bueno es que ahora ya no separamos al hombre de su obra, sería muy insensato de nuestra parte a estas alturas.

Apresurados por promulgar un día que perpetuaría una actividad como intrínseca de las mujeres, en 1922 el poder hegemónico conseguía seguir su curso unos años más, hasta que por suerte el movimiento feminista no quitó el dedo del renglón y logró en 1953 el derecho al voto.

Y bueno, desmitificando a los hombres que contaron nuestra historia –que cabe recordar que limitaron la actividad histórica de las mujeres a simples mensajeras durante los movimientos armados como la Independencia– habría que preguntarnos también cómo fue que el reconocimiento a la maternidad llegó muchos años antes que el reconocimiento al voto de la mujer en México, ¿intereses guardados? Considero que es más que evidente: llenarlas de ideales estereotipados de lo que debían ser para que aún con el derecho al voto o al divorcio mismo años después, quedara en el inconsciente histórico a donde pertenecían.

Y el problema en dado caso, no es la maternidad en sí ni quien decida ejercerla y quien no, sino que esta vaya relacionada específicamente con labores domésticas y actividades de cuidado, que sabemos hoy, están arraigadas sutilmente a las mujeres a pesar de que la mayoría se encuentra insertada ya en la vida pública y laboral, pero no así sus pares hombres en las labores de crianza.

Ningún hombre hubiese podido conformar una familia si al insertarse al campo laboral le hubiesen exigido lo mismo que a las mujeres en cuanto al cuidado. Y cuando pensamos en esto, podemos repasar la hipocresía mercadotécnica de la maternidad, pues mientras en publicidad, slogans, comerciales, novelas, películas y vida cotidiana adoran este papel hegemónico y lo definen como “instinto maternal” y “amor de madre”, los espacios laborales no aceptan a las madres en sí más que si éstas siguen un patrón de explotación patriarcal al que pocas logran sobrevivir con estabilidad emocional.

¿Acaso vemos acceso a lactarios, guarderías y calendarios ad hoc a los cambios que enfrentan las mujeres al momento de maternar? Mientras ellas puedan adecuarse a la necesidad productiva de las empresas son aceptadas, pero si por el contrario buscan armonía entre su papel público y privado, pues entonces se les quiere y galardona con el reconocimiento por ser una buena madre, pero que sea allá lejos, en casa de preferencia, fuera de una empresa que solo te quiere mientras seas capaz de cumplir un horario desproporcional y conseguir metas trazadas por entes que no invierten ni la mitad de tiempo que exigen. Si esto no es discriminación, entonces no sé qué sea. Después no nos preguntemos por qué tantas mujeres han decidido no ejercer la maternidad, cuando el mundo hostil no está hecho para las madres. No apreciemos los sacrificios que han hecho nuestras madres por nosotros, sino reevaluemos cómo podríamos lograr un mundo donde nadie tenga que perderse a sí misma por mandato social que no es una necesidad.

Melisa Agüero


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