"Seamos realistas, pidamos lo imposible", del filósofo Herbert Marcuse, fue la expresión que definió la primavera francesa de 1968 y en particular las manifestaciones estudiantiles de mayo de aquel año. Éstas, que habían iniciado en la Universidad de Nanterre a las afueras de París con Dany El Rojo (el hoy eurodiputado verde Daniel Cohn-Bendit) y otros exigiendo mayores libertades sexuales, terminaron paralizando el país y demandando el fin del capitalismo y la muerte de la sociedad de consumo (si hubieran sabido lo que sucedería medio siglo después…). Al menos por unos meses, no es exagerado decir que la Quinta República Francesa estuvo en jaque ante la confluencia de un movimiento conformado por múltiples corrientes de izquierda que, más allá de coincidir en la necesidad de transformar de raíz el sistema político, no coincidían en que seguiría después.
El contexto de rebeldía juvenil de entonces contrastaba con los movimientos tradicionales de obreros y campesinos de décadas previas. Al igual que sucedería en nuestro país semanas y meses después, se trataba en buena medida de un movimiento de jóvenes cuyos padres acababan de ingresar a las clases medias y veían su posición económica en ascenso. Ésta, tal vez paradójicamente, generaba también una crítica cualitativa hacia el sistema político y económico imperante en todos lados donde las protestas florecieron. Lo relevante era abatir la autoridad, por principio, y no tener una propuesta definida sobre qué debiera reemplazarla.
Toda proporción guardada, de nueva cuenta hay algo en el aire similar a aquello de “pidamos lo imposible”. Pero no porque se tenga un movimiento de origen o alcance similar al del 68, sino porque no parece haber brújula sobre a dónde se quiere ir ni tampoco cómo se quiere llegar. “Pedir lo imposible” es también una manera de intentar esconder que en realidad no se sabe lo que se quiere. Total, se trata de un “imposible”.
En una actitud de apertura y diálogo que también hubiera sido impensable hace 24 meses, a los estudiantes del Politécnico les parece altamente sospechoso que el gobierno les conceda lo que solicitan y por lo tanto deciden rechazarlo (“caray, debe haber gato encerrado si nos conceden tan rápido todo lo que demandamos; pidamos ahora lo imposible”). Más allá del origen y legitimidad de su causa, su actitud ahora parece decir que lo que en realidad buscan no es solucionar el conflicto, cualquiera que éste sea o haya sido, sino mantenerlo. Y mantenerlo significa, por definición, rechazar “porque no es satisfactoria” la respuesta a sus peticiones por parte del secretario Chuayffet. No hay mucho argumento ahí, como no lo hay en “mantener una posición crítica… tomando en cuenta los movimientos estudiantiles históricos…”. Marcuse traído de nuevo al presente, pero ya no como tragedia sino farsa.
Al paro estudiantil politécnico, el que corre el enorme riesgo de perder su motivación académica para convertirse en un agazapado movimiento político más, se suma ahora el desgarrador reclamo por la indignación nacional ante el caso Ayotzinapa. El reclamo no puede ser más realista por su exigencia de justicia y la más estricta aplicación de la ley. Es acaso el reclamo más sentido del país en mucho tiempo. Es también algo surrealista cuando exige la aparición con vida de los normalistas, como si esto fuera facultad de autoridad alguna, y se vuelve peligrosamente explosivo al acompañarse de un vandalismo sin sentido que de continuar polarizará a una sociedad cada vez más polarizada.
Total, es magnífica poesía ser realistas y pedir lo imposible. No es, sin embargo, vía alguna para obtenerlo. Es más, es vía para acabar no obteniendo nada, o cuando menos nada que valga la pena, ni que se parezca a lo que se quería desde un principio.
Del otro lado
La ópera Macbeth de Verdi, narra el ascenso al trono de un despiadado general del rey de Escocia, hasta morir él a manos de una de sus víctimas. Escuchar Macbeth, de Verdi, y morir es lo que sucedió absurda y trágicamente a don Alfredo Phillips Olmedo, maestro de muchos y de otros tantos más, servidor público ejemplar y diplomático consumado cuál más, atropellado por un ahora delincuente prófugo, otro más. Descanse en paz.