La condición de persona -propia del ser humano- supone tomar conciencia sobre exigencias que están presentes en nuestra vida y que nos interpelan de manera continua; me refiero al placer y al deber.Al parecer la tendencia al placer es más fuerte y a menudo sus exigencias interfieren en el espacio del deber, de manera que en la cotidianidad de la vida,con frecuencia la personaincumple sus deberes, al tiempo que se excede en los placeres.
En la historia del pensamiento, existe un libro que trata sobre el asunto del placer y del deber,su fecha de origen nos remonta a la antigüedad del siglo IV A.C, es decir,se escribió hace 2500 años; dicha obra es laÉtica a Nicómaco, escrita porel maestro Aristóteles para orientar a su hijo, que por cierto nunca fue su alumno en sentido formal.En este texto, que en realidad se formó con los apuntes de clase que recopilaron los discípulosdel gran maestro de Estagira, se recoge que el placer se presenta en nuestra vida como íntimamente vinculado a nuestra naturaleza racional, de manera que el deseo y la razón nos permiten distinguir lo que es natural de lo que no lo es; entre otras cosas, esto explica que todas las personas deseamos el placer y lo entendemos como componente de aquello que llamamos felicidad, es decir, nadie en su sano juicio huye del placer y goza con el sufrimiento, una conducta así, es propia de un enfermo mental.
El deber también se encuentra implícito en las exigencias de la condición racional humana precisamente porque somos seres sociales, vinculados a otros en redes de relaciones donde se hacen presentes nuestras obligaciones y compromisos.En estricto sentido, es posible afirmar que no hay persona que no experimente de continuo las exigencias del placer y del deber; perono se trata de entenderlas como dos fuerzas en tensión, en sentido contrario, que estrujan a la persona, imponiéndose arbitrariamente una sobre otra, al punto de configurar seres humanos rígidos y frustrados por el cumplimiento del deber, y en el otro extremo personas caprichosasy brutales que han renunciado al gobierno de sí mismas, haciéndose esclavas de sus placeres.
En la dinámica de nuestras vidas,la madurez y la felicidad consisten en la presencia armónica del placer y del deber, sin atropellos ni negaciones; así,el cumplimiento del deber se hace placentero al tiempo que el placer gratifica el bien de nuestras acciones.