Entre los viejos y populares cuentos de contenido valoral, hay uno de mi preferencia que narra las desiguales reacciones de Pablo y Juan, dos pequeños hermanos; Pablo exageradamente pesimista y Juan en extremo optimista.
Una Navidad al recibir una bicicleta, Pablo se negaba a subir en ella diciendo que seguramente se iba a caer y a lastimar, mientras Juan, que había recibido sólo una caja con estiércol, correteaba alegre por toda la casa exclamando:
“¡Me trajo un caballo, pero todavía no lo encuentro!”
Más allá de la simplicidad de esta narrativa por la que pudiera calificarse como trivial, el tema tiene a mi parecer más miga de la que a primera vista pudiera suponerse, sobre todo si consideramos como algo bien sabido, que la actitud positiva o negativa frente a las dificultades propias de la vida, resulta importante para sobrellevarlas o para resbalarse en la pendiente del desánimo o la tristeza, estados que como ya antes he apuntado, pueden ser antesala de la distimia o la depresión.
Pero dejando a un lado dichos extremos clínicos, así como factores genéticos o químicos, la forma como tomamos las cosas que suceden y nos suceden, puede ser en gran parte una decisión personal, sobre todo si nos damos cuenta cabal de cuál es nuestro estado de ánimo y cuál es la causa que lo provoca.
Tener esa conciencia, nos ayuda a analizar la causa y saber si tenemos control sobre ella para avocarnos a corregirla, o si por el contrario no depende de nosotros, buscar entonces cómo adaptarnos.
El diccionario define optimismo como la “propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable” y para pesimismo, sólo cambia la última palabra por “desfavorable”.
Ambos adjetivos nos hablan de posibilidades y la vida es un universo de éstas.
Para explorarlas tenemos que subir a la bicicleta de Pablo, si acaso con un previo ejercicio del “quiero, puedo, debo”.
O bien, aunque la pista sea sólo estiércol buscar un caballo que no existe, pues como todos sabemos que suele suceder, en esa búsqueda tal vez encontremos algunas otras cosas, tan o más valiosas que el caballo de Juan.