Cultura

La verdad que no queremos oír sobre la guerra con Estados Unidos

  • Columna de Laura Ibarra
  • La verdad que no queremos oír sobre la guerra con Estados Unidos
  • Laura Ibarra

Para Gaby Jazmín, mi hija, que cumple 20 años.

Es sorprendente el número de mentiras que relata la historia oficial por tal de conseguirnos un pasado glorioso, en el que tengan sus raíces los gobiernos actuales. El PRI todavía se siente heredero directo de los intelectuales liberales mexicanos del siglo XIX y así le gusta presentarse. Pero una gran cantidad de historiadores serios, con documentos en mano y después de un intenso trabajo de archivo, nos demuestran que las cosas no fueron como creíamos. Permítame contarle una de esas historias.

En 1844, México tenía siete millones de habitantes, la economía estaba paralizada, no teníamos un ejército profesional y el armamento era bastante obsoleto. Los Estados Unidos tenían ya 20 millones de habitantes, una economía dinámica, un ejército profesional y armas modernas. En ese tiempo, el presidente mexicano era José Joaquín de Herrera, quien intentó establecer un gobierno honesto y constitucional.

A fines de ese mismo año, Texas solicitó su anexión a los Estados Unidos. Herrera, el presidente mexicano, trató de negociar con Texas, pero su propuesta llegó junto a la oferta de anexión a Estados Unidos y fue ignorada.

Según Josefina Zoraida Vázquez, una de nuestras historiadoras más reconocidas, Herrera se negó a recibir al enviado especial de Washington, pues la intención de éste no era restaurar las relaciones que se habían roto con la anexión de Texas, sino hacernos diversas ofertas de compra de territorios. Ya sabemos que comprar y vender es algo que nuestros vecinos llevan en la médula de los huesos. Así que pensaron que podíamos venderles algunos territorios.

Como el enviado además no tenía las credenciales apropiadas, Herrera no lo recibió. Cuando el presidente de los Estados Unidos recibió la noticia de tal desaire, ordenó al general Zachary Taylor adentrarse en territorio mexicano. En el Museo Nacional de Historia hay un bello cuadro de John Philips que muestra el paso del ejército vecino por la Sierra Madre.

El presidente mexicano Herrera confió entonces en el patriotismo de Mariano Paredes y Arrillaga, lo puso al frente de un ejército de doce mil hombres y lo envió a detener el avance de las tropas de Taylor. Pero Paredes, de manera descarada, desobedeció y no tardó en acusar al gobierno de negarle recursos, lo que era falso. En San Luis Potosí, en lugar de salir a enfrentar al ejército invasor, nuestro compatriota le exigió su renuncia al mismísimo presidente Herrera.

Claro que el presidente se negó y le contestó que su conciencia estaba tranquila y que si fuera necesaria bajaría al sepulcro.

Paredes y Arrillaga, en lugar de marchar al norte y defender a la patria, ¡avanzó a la Ciudad de México, con todo y su ejército! Herrera, que no contaba con tropas para enfrentarse a Paredes, presentó su renuncia ante las Cámaras. El 2 de enero de 1846, Paredes y Arrillaga hizo su entrada a la capital y nombró una junta que anuló todos los poderes. Un abierto golpe de Estado en el momento más inoportuno, que dejó desprotegido al grupo de mexicanos que intentaba detener a los invasores.

Como Paredes llevaba en la sangre esa mentalidad de que "aquí sólo mis chicharrones truenan" al jurar como presidente declaró: "Vengo [...] a hacer triunfar mis ideas [...] y así como estoy determinado a no perseguir a nadie por sus hechos anteriores, he de fusilar a cualquiera que me salga al paso para oponerse, sea Arzobispo, General, Magistrado". Sin comentarios.

Los historiadores coinciden en que Paredes fue incapaz de organizar la hacienda y combatir la corrupción. Especialmente desconcertante resulta su decisión, ante la amenaza estadunidense, de desarticular el ejército por temor a un alzamiento militar.

A pesar de que el general Taylor ya construía el fuerte Brown frente a Matamoros, Paredes y Arrillaga prefirió enfrentar a un movimiento federalista que preparar la defensa del norte.

Así que el 8 y 9 de mayo de 1846 los mexicanos experimentaron las primeras derrotas en Palo Alto y Resaca de la Palma. La noticia estremeció a la nación, pues existía confianza en las fuerzas armadas. Existe, por cierto, un cuadro de Carl Nebel, que muestra una escena de esa batalla y que se encuentra en el Museo Soumaya de la Ciudad de México.

El 6 de junio de 1846 el Congreso declaró que existía el estado de guerra y reconoció a Paredes como presidente provisional. La urgencia que vivía el país ante la incursión de los estadunidenses lo obligaba a marchar al frente, pero no. Paredes retrasó su salida con el fin de asegurarse el poder en la Ciudad de México.

Después de que Paredes y Arrillaga abandonó el poder, la nación quedó social y militarmente debilitada. ¿A quién podría extrañarle entonces que unos meses después el ejército estadunidense, sin gran resistencia, llegara hasta la misma Ciudad de México? En marzo de 1847, las tropas de Winfield Scott bombardearon Veracruz y en septiembre de ese mismo año la bandera de Estados Unidos ondeaba en Palacio Nacional. En febrero de 1848 México aceptaba la pérdida de la mitad de su territorio. No cabe duda que el enemigo siempre está dentro y que en la guerra de 1846-47 también hubo villanos mexicanos.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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