La Guerra Fría está de vuelta. Se nota en la tv: échenle un ojo a esa serie que se llama The Americans, sobre una pareja de agentes soviéticos infiltrados en los Estados Unidos de los 80. Se nota en el cine. En Spielberg, por ejemplo. Vean El puente de los espías e incluso The Post. Se nota en la literatura, claro. Circula ya El legado de los espías, de su majestad, John le Carré, el padre de toda la novelística de espionaje desde la segunda mitad del siglo XX. Es el probable remate a la historia de Guerra Fría que empieza con El espía que surgió del frío y El topo, y un buen ejemplo del tono predominante hoy en los productos culturales, el del muy sano escepticismo autoinfligido. No hemos perdido de vista el horror, la aberración que fue el socialismo a la soviética, pero a la vez dudamos de la respuesta occidental a esa amenaza, plenamente justificada pero no libre de torpezas e indecencias.
Ahora bien, no se trata solo de un regreso en el plano cultural. Efectivamente, Putin encarna una especie de actualización de la Guerra Fría en el lado socialista, con ese efecto contradictorio que también producía la propaganda soviética: ganas de reír ante los desplantes del tiranuelo testosteronizado (Putin entra a las aguas heladas –nunca más ese cuerpo desnudo, plis–, Putin caza un oso), ganas de llorar porque esos desplantes van aparejados a una política expansionista que cuesta muertos. El socialismo real fracasó en todo salvo en el espionaje. En el interno, que sirvió para controlar con mano de hierro a la población, y en el que practicaban en el exterior. Putin, que efectivamente proviene de esa escuela autocrática y expansionista, es sin duda muy dado al juego de espías.
No sé qué tan cierto sea el riesgo que implica el espionaje ruso para México, pero me parece que ya tuvo un efecto claro sobre el proceso electoral. No por la posible intervención putiniana, sino por el buen uso propagandístico que le ha dado AMLO. Es posible y hasta probable que Obrador caiga de nuevo en sus viejos desplantes, en esos prontos que tan alta factura le pasaron, los del líder explosivo que entraba a trapo a la menor provocación, como ayer que sumó a Jesús Silva-Herzog a la mafia del poder por andarlo criticando en un artículo. De momento, con lo de Andrés Manuelovich y demás, ha logrado el doble milagro de parecer sensato y ¡tener sentido del humor! Es el milagro de la Guerra Fría.
Como observación final, los milagros son raros y no han alcanzado a John Ackerman. Consejo fraternal, dos veces doctor: deje de hacer chistes. Por el bien de su causa. Porque se juega el destino de la patria, ¿no?