Cultura

El triunfo de la reacción

  • Malos modos
  • El triunfo de la reacción
  • Julio Patán

Sacó ámpulas entre los sectores progresistas y moderados, los que revolotean en los márgenes de Morena, lo de ver a AMLO y Espino en un abrazo fraterno. Les pasa a cada rato. Ellos, los hemos repetido, quieren ver un representante popular multiculti, defensor de la diversidad, verde y orgánico donde hay un líder que está mucho, mucho más allá de esas formas de lo que algunos teóricos llaman el “liberalismo identitario”. Donde hay, pues, un líder de vanguardia, un verdadero animal político, dueño de una idea bastante más aterrizada y eficaz de las pulsiones que mueven a los ciudadanos, de sus carencias y enojos.

Lo digo sin ironía. Mark Lilla, politólogo e historiador de las ideas al que debemos un par de clásicos nuevos sobre las relaciones entre la intelectualidad y el poder, explica en un artículo publicado en la revista Letras Libres —“El fin del liberalismo de la identidad”— la victoria de Trump en función de dos tendencias que se ayudaron penosamente: la de Hillary Clinton, empeñada en dirigirse a las minorías sexuales y étnicas, intachable en términos éticos y por sus resultados en la defensa de los derechos civiles pero ineficaz electoralmente, en tanto hace sentir excluidas a amplias capas de la población, que además sí, lo están; y la del Agente Naranja, con un discurso de odio que sin embargo supo tomar la apariencia de un discurso común, un discurso “para todos” o casi. Lilla engloba estas dos tendencias en una más amplia, perceptible también en el brexit, que es el triunfo de la “reacción”. Lo que enfrentamos, dice, no es una oleada conservadora, sino una revolución en rewind, es decir, un movimiento radical que no apunta a un futuro feliz sino a la restitución de un pasado ideal, un pasado (inexistente) en el que todo era más estable y cómodo y seguro.

AMLO tiene talentos similares y convicciones no idénticas pero análogas. Tiene esa capacidad paradójica que no tienen sus contrincantes: la de tejer un discurso que parece incluirnos a todos desde la diatriba y la condena. Y apela a un pasado mejor, una utopía primigenia: la del Estado rector, la del petróleo, la del hombre fuerte y las fronteras cerradas. Pero tiene una capacidad que no tiene Trump: la de mantener cerca, displicentemente, a esos liberales identitarios. Por eso andan entre calambrones: no se han enterado de que miran para atrás; de que aportan (en realidad muy poco) y aplauden (mucho) al triunfo de la reacción, con ese aire de “la historia me absolverá”, mientras avanzan, firmes, unidos, hacia el pasado.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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