Jesús Martínez dueño del Club Pachuca apoyado siempre en sus buenas relaciones con el gobierno en turno, tuvo la genial idea de fundar el Salón de la Fama. Esta obra, a nuestro estilo, tiene su profunda presencia porque es capaz de unificar méritos de todos los colores, reconocerlos, publicarlos y llevarlos a su justa exaltación.
En esta ocasión (sin pretender citar a todos los justamente homenajeados) se ofreció la oportunidad de poder reconciliar a Lavolpe con C. Blanco. Ambos aparecieron con humildad, con lágrimas en los ojos, sinceros, reconociendo lo que el futbol les aportó y que ellos supieron entregarle mucho de lo plausible.
Fernando Quirarte también estuvo en el escenario, unificando al jugador campeón con el director técnico que acompañó a sus dirigidos a ser monarcas.
El gran dueño Emilio (no se necesitan sus apellidos) fue también reconocido dándole al evento su sesgo empresarial y partidista. El americanismo tenía que aparecer con cierta presunción. Además, Zague en representación de su padre, dio el toque de equipo privilegiado.
Pachuca, como dueño del evento, supo aprovechar el gran presente para reconocerle a su jugadora Hermoso lo que recién sucedió. Con elegancia, finura y toque puntilloso se valieron de la fiesta para emparejar el marcador.
Muchos han pasado por ahí, quitándoles el saco cotidiano para imponerles la vestidura inmortal. Este simbolismo representa la conexión de su presente eterno con el pasado virtuoso.
A los actuales y a los que han engalanado tan emotiva “pasarela” se le reconoce su labor fructífera, se les recuerda que su vida fue útil y se les agradece todo el fabuloso entretenimiento que aportaron.
Gracias y felicidades al Club Pachuca por tener esta magna obra que aglutina la historia.