No es cosa de ánimos, es cuestión de calidad de jugadores, y ésta no se logra con trabajo si no con capacidades y habilidades perfectamente establecidas en cada jugador.
Todo ha fallado. Los que creyeron que con sólo contratar a Ortiz se resolvería el problema nunca repararon en que el entrenador no juega.
Obvio que los ánimos están desaparecidos porque las cinco derrotas son suficiente losa muy pesada para intentar descubrir algo que alivie el mal.
Ni modo; es lo que hay y también lo que no existe. Los buenos deseos ya salen sobrando; sólo queda un recuerdo maravilloso de que la gente deliraba cuando el equipo era triunfante y ganador.
No vale la pena tratar de indagar dónde radica el mal porque todos lo sabemos.
La duda puede radicar en “algo” que se hace por convicción pero no arroja puntos en la tabla general. Vivir de buenas emociones o de intenciones sanas según el manual escrito, no produce unidades que valgan.
La suerte ya está echada; imposible esperar una reacción agradable. Y no es asunto de optimismo o falta de fe.
El exceso de confianza suele traicionar porque la cadena de valor ya no aporta frutos.
La reinvención no se aplica y no se conocen sus alcances. La gente triste sólo recuerda emociones muy bien logradas. Imposible olvidarlas.
Apoyo, aliento, entusiasmo, generosidad, nuevas ilusiones, esperanzas llenas de color verde, triunfos, goles, griterío saturado de alegrías y más regocijos son entes olvidados y ya no esperados.
Han matado la emoción y robaron la ilusión de tener un equipo lleno de buenos ejemplos.
La intención agradable la mostraron; se les reconoce, pero no fue suficiente.
La esperanza de estar bien con todos se cimentó con tino y empezó a dar frutos. Todo era alegría y buenas intenciones.
¿Hay dos equipos que no han podido ganar en el actual torneo? ¿Quiénes son? Por si usted batalla para atinarle, se le ayuda diciéndole que son hermanos.
Algo en común deberían tener.
