Alguien tenía que salir al rescate de todo el Tricolor, no exclusivamente Javier Aguirre. Canadá impuso todas sus condiciones.
Le favoreció mucho a México, muchísimo, el hecho de haber anotado tan pronto porque los rivales no jugaron a encerrarse con doble candado.
Ahí radica el mérito de los verdes.
Los del norte de nuestro continente actuaron mejor que los “nuevos de negro” por la necesidad de tener que abordar el partido con intenciones distintas.
No es lo mismo defender como sea, que fue el caso de México, que estar obligado a empatar porque la desventaja no fortuita fue desde el arranque.
El ”Vasco” podrá felicitar a sus dirigidos por haber conservado la ventaja y por partirse el alma en aras de mantener una ilusión (a veces falsa) para poder jugar contra el intruso Panamá.
Hasta eso falló porque Estados Unidos no estará en la final.
La estrategia no funcionó porque no fue necesario usarla en caso de que haya existido.
Se fajaron los del nuevo uniforme, los que pretenden imponer nuevas modas que con gusto son bienvenidas porque lo importante no es vender futbol, es que se compren distintos espacios de regocijo.
La prenda de vestir para lucir es más relevante que el intento de futbol. El espectáculo radica en lo novedoso.
El segundo gol de México tenemos la necesidad de asignárselo exclusivamente a Raúl; obvio.
Aparecieron varias cosas maravillosas en esa anotación.
La toma de televisión de atrás del tirador es (fue) genial porque nos permite ver varias cosas que solo el lente de la cámara puede captar. La pelota pasó a un lado de la barrera dando curva hacia adentro.
No es necesario añadir más. No hubo llegada de conjunto ni desarrollo de pases que mostrara la transición; tampoco existió volumen de juego.
Se fraguó un tiro a balón parado que se realizó con la intención directa para que sucediera una obra maestra. Así se presentó.
Tenemos que decir: fue un señor golazo para regocijo de nosotros. Mención y felicitación distinta, única, exclusiva y enorme para Raúl Jiménez.
