La experiencia de ir a un estadio de futbol o beisbol debe ser reconfortante para quien acude porque pretende apoyar y que le cumplan con las satisfacciones que busca. 
Para algunos seguidores, ir al estadio de su equipo predilecto se ha convertido en tormento.
La energía que se derrama en el proyecto y trayecto de asistir al estadio preferido es sinónimo del entusiasmo que vibra desde el interior del ser humano.
Estar presente en el lugar de los hechos es una experiencia enriquecedora que forma parte de las sensibles vivencias del ser humano.
Por razones obvias, se acude al estadio cuando existen suficientes motivos para engrandecer el sentido de pertenencia que se tiene con uno de los actores.
La relación emocional entre equipos y aficiones se percibe con el palpable manifiesto de alegría, sintonía, empatía y solidaridad para vivir el evento sin intermediarios.
La satisfacción está en relación directa con los resultados del equipo al que se prefiere apoyar y vitorear.
Cuando los logros no son agradables, se ausentan las buenas intenciones por más fervor que se pretenda imprimir al apoyo.
Todo va teniendo límites. Estar en el estadio es sinónimo de encontrar emociones que satisfagan al espíritu que es el que siente.
Se persigue lo que el alma anhela pero cuando las manifestaciones deportivas no colaboran, la atracción se acaba.
Se acude al estadio buscando la necesaria identificación con el éxito que es pariente de la felicidad.
 
	 
        