Se acaba el torneo Clausura 24, y Santos lo termina muy mal. Esto no lo podemos negar ni maquillar; ya ni es novedad. Opinar lo contrario es sinónimo de tener una desviación mental o intentar quedar bien con alguien.
Estos malos pasos del Santos han provocado que el interés lagunero se vaya perdiendo lo cual llega a ser alarmante después de haber tenido y gozado tanto éxito. El amor acaba.
No se trata de que broten malas vibras. El elenco de jugadores que pertenecen al modelo gerencial no ha sido el adecuado. Por más que se haya cambiado de entrenador intentando rectificar el tumbo, el que llegó tampoco pudo.
Los buenos resultados se dan, se logran, no se aparecen. Se fabrican no se ruegan. Se buscan con habilidades manifiestas no se imploran con buenos deseos. Triste torneo de Santos pero más triste es que no se vislumbra por dónde se pueda rectificar con seriedad porque el modelo empresarial no cederá ante las urgencias.
Ante los procesos usados para operar esta institución que tiene la intención de no modificar ni ceder en sus métodos que en otros torneos han dado resultados exitosos, no se vislumbra algo atractivo que vuelva a despertar a la afición y que pueda modificar el sentimiento positivo que otras veces ha tenido.
La afición no sólo está triste; está desanimada, fuera de un contexto esperanzador que la impulse a brindarse con entusiasmo.