Es bienvenido todo lo que se pueda ocurrir con la intención de externar deseos positivos hacia Santos.
La encomienda no es sencilla porque los resultados recientes y lo poco que han enseñado, no colaboran a que el panorama se vea atractivo.
Un deseo envuelto en angustia es que gane un partido de visita; tan sólo uno.
No es mucho anhelar ni tampoco mucho pedir porque su dato anterior fue deplorable.
Ser visitante siempre será incómodo.
Pretender que más gente acuda al estadio local entra a una lista borrosa porque ese hecho no se ve desde hace mucho tiempo.
La soledad es una cruel realidad porque los resultados agradables han sido escasos.
La gente huyó porque poco a poco le fueron retirando a su equipo amado; se lo fueron alejando. Esto forma parte de una traición incalculable.
Alguien provocó esta ingrata ausencia. Las traiciones se pagan.
Triunfar en casa como sea. Es un deseo cargado de lágrimas con la esperanza de que suceda porque esta realidad se ha distanciado de los ojos y emociones de la gente.
Pensando en emociones no se deben quedar en ilusiones porque también ya forman parte de algo incómodo.
Jugar bien o bonito cabría entre los deseos pero es prioritario reconocer que existe un plantel no renovado, limitado, donde no basta con entregar el corazón en cada partido.
Hoy se gana con calidad y compromiso; no sólo con sangre.
Sería mucho desear que el país vuelva a reconocer la importancia del Club Santos en el concierto nacional.
Esto se ha perdido por completo. Si se acuerdan de este equipo es más para criticarlo o burlarse que para exaltar sus virtudes.
Que regresen las virtudes de antaño en su totalidad es el deseo más apreciado ahora.
La tendencia, la forma de ser y operar del ahora Santos no inspiran a pensar en algo atractivo para el primer semestre del año.
Aún así, el deseo es que exista un equipo que sepa asombrar y contagiar a los suyos y al país.
Es un deseo saturado de esperanza y también de tristeza.
