Hubo un tiempo en el que llamábamos lana al dinero, una luz, una feria; incluso unos fierros o una campana; éste último me gustaba mucho, porque, al igual que el dinero en la bolsa del jodido, las campanas suelen emitir sonidos metálicos cuando llaman a misa a la feligresía. Pero un día llegaron esos apátridas expatriados llamados tecnócratas, que sí sabían cómo hacer las cosas –decían en sus lemas de campaña– y comenzaron a gobernar un país que desconocían y detestaban. Y vaya que sabían cómo hacer las cosas, digo, si su propósito era aniquilar el país y rematar las sobras, nadie sabía más que ellos. Con avidez se lanzaron contra todo, el idioma incluido. Como por arte de magia, la marmaja comenzó a llamarse: “el cash” porque uno de ellos no supo decir, no traigo cambio, o simplemente: no uso efectivo. No reconstruiré la escena en la que soltó la frase, por la que será recordado, el doctor Zedillo. Sólo diré que es una muestra palpable de que ellos, los tecnócratas, eran ajenos y desconocían brutalmente el país que decían gobernar.
En suma, ese es el único problema que tienen los herederos de aquellos tecnócratas, no saben qué país es éste, lo siguen mirando con soberbia. Insultan a la gente a la que luego intentarán seducir con su discurso –ahora que a cualquier chingadera llaman “narrativa”. Son los mismos que se asombran de que el muchacho que vive debajo de un puente hable perfecto español y, además, sea capaz de articular su pensamiento en esa lengua. ¿Pues qué esperaban? Les indigna que llegue alguien que sabe hablarle a esos que ellos desprecian y explican el fenómeno fácilmente diciendo que los mexicanos somos proclives al fanatismo y además, imbéciles.
En menos de un mes se han destapado dos cloacas que supuestamente sumirían a este gobierno en una profunda crisis de credibilidad y no veo que, más allá de las redes sociales, tal cosa haya sucedido. Sabemos que estamos frente a un buen chisme porque nos enteramos de algo insospechado antes que cualquier otro, lejos del aroma del refrito; un buen chisme para que lo sea debe ser desinteresado, debe además tener la pureza de la cosa nueva. Fuero de eso, cualquier historia cuyo combustible sea el despecho, el resentimiento, será sólo burda difamación.
Juan Casas Ávila
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