Una noche de mayo del 2013 me quedé prácticamente sin dormir para intentar estar en la pequeña sala de la Red Bull Music Academy, que se había montado en un edificio de Chelsea en Nueva York. La noche anterior hubo un homenaje al ruidismo en la que participaron, entre otros, Kim Gordon y Stephen O´Malley; además, recrearon una versión de la Factory de Warhol en una fábrica de Queens. ¡Vaya maravilla aquella de los 15 años de tan magno evento!
La idea era no perderse la exposición de Brian Eno, uno de los mayores genios de la música que ha existido, que daría muy de mañana al día siguiente. Mi acreditación expiraba un día antes, pero yo ya estaba ahí y no podía dejar pasar la oportunidad de escuchar lo que diría el sabio inglés. Conseguí colarme y me pertreché en una diminuta butaca.
Hoy recuerdo esa sesión no sólo por la introducción que hizo acerca de la relación de la música y la neurociencia, sino por la importancia que tiene, y que debe ser más consciente, el silencio en la vida contemporánea. Aquel día quedó en evidencia que priva el barullo y el exceso de ruido, ya sea informático o sonoro. Brian hizo una llamada a bajar la velocidad y de ser posible parar en ciertas ocasiones.
¿Usted se siente saturado por todo ese cúmulo de sonidos y acontecimientos que nos rodea? Yo sí. Entonces se da una mañana de teclear con la idea de que el silencio se convierta en una expresión zen y brote la tranquilidad. Al menos es un intento que en anteriores ocasiones he practicado y que sé que funciona.
Incluso les sugiero darle play a algunos tracks de Brian Eno porque resultan terapéuticos. La experiencia es similar a entrar en un templo y dejarse llevar. La música siempre nos lleva a una dimensión mucho mejor que ésta en la que todo es plenitud; lo sé de cierto.
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