Como siempre lo dijo, el próximo partido es el único que importa. La última jornada de LaLiga con el campeonato en un puño y dos de diferencia entre primero y segundo, representa todo aquello en lo que creyó el entrenador: tensión, tesón, pasión y obsesión.
Diego Simeone volvió rezo aquella frase que lleva 525 noches golpeando como un mazo la mente de sus jugadores y enchufándose como un electro al corazón de sus aficionados: “partido a partido”. El técnico del cabalístico traje negro logró hacer de la paciencia y el sacrificio una seña de identidad evangelizando a todos los integrantes del Club.
Alinear directivos, jugadores, cuerpo técnico y afición alrededor de una plegaria, es una labor diocesana: se consigue con una idea, se ejecuta con personalidad, y se justifica con títulos; pero, ante todo, se defiende como un acto de fe. Con esa convicción que adhirió voluntades religiosamente, imprimió su sello a toda una generación de colchoneros que ya no imaginan a su Atlético jugando de otra forma: a eso en el deporte se le llama cultura, una manera de entender la vida más allá del juego.
Hay equipos con orden, otros con estilo y muy pocos con cultura. Esta dimensión se alcanza cuando a lo largo del tiempo, una Institución camina sin titubeos en la misma dirección. Simeone es una institución dentro de otra: apenas puede distinguirse si el Atlético es de Madrid, o es de Simeone.
Falta mucho para que el futbol español alcance el equilibro de la Premier, pero al menos confirma que una correcta distribución de los ingresos de televisión, su principal recurso mediante un contrato colectivo, mejoraron las condiciones del espectáculo. Aun así, el factor determinante para que el Atlético diera un salto definitivo de grandeza no fue el dinero, sino la fortaleza de una organización integrada como una roca al perfil de su entrenador.
Con una entrega piadosa que le obliga a resistir hasta el final, el Atlético de Madrid vuelve a amenazar el duopolio que hizo de LaLiga un título nobiliario. El futbol pertenece a tercos como Simeone que decidieron seguir un camino sin dar la vuelta, sin arrepentimiento. Elegir una forma de rezar, es tan importante como elegir una forma de jugar.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo
