Economista antes que entrenador, Arsene Wenger entiende muy bien los objetivos que el futbol de clubes y selecciones deben conciliar: cuidar el producto y obtener rentabilidad; es decir, ganar más jugando menos.
Para entenderlo miremos el caso de Messi: el mejor jugador del mundo debutó con el PSG, jugó unos minutos y se embarcó en una gira de tres partidos oficiales con Argentina. En el primero, una violenta patada del venezolano Adrián Martínez pudo romperle la pierna, lo que se ve no se juzga. En el segundo, su equipo entró al campo y al minuto cinco fue perseguido por la policía brasileña, el clásico se suspendió. Para el tercero, contra Bolivia, lo único anormal fue que Messi tuvo un día normal: marcó 3 goles.
Las eliminatorias, además de aburridas, largas y peligrosas, son demasiado caras. En ningún momento el calendario internacional de FIFA está cuidando el producto: a más partidos, menor calidad, mayores riesgos y cada vez más reclamos de los clubes que, con toda razón, cruzan los dedos cuando sus futbolistas cruzan las fronteras. Por otro lado, y también con razón, nadie está dispuesto a perder dinero.
Así que el trabajo de Wenger como director de Desarrollo Mundial de la FIFA consiste en concentrar la mayor rentabilidad en el menor tiempo posible. La ecuación es sencilla, el Mundial produce más dinero con menor riesgo que sus eliminatorias; que producen menos dinero con mayor riesgo. Hasta ahí, parece tener lógica, sin embargo, la conclusión final de la propuesta es simplista: más Mundiales y menos eliminatorias.
En la cabeza del entrenador Arsene Wenger está el futbolista y el espectáculo, hay que protegerlo y mejorarlo; y en la cabeza del economista, habita la eficiencia: un futbol de mayor calidad será más rentable, pero hacer un Mundial cada dos años, no garantiza que mejore el juego. En todo esto hay algo que sobra: partidos, y algo que falta: tiempo.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo