La bruja. No hay equipo capaz de hacer lo que el City hace con el balón, sin el balón, en ataque, en defensa, en las áreas, por las bandas, en el medio campo y en el campo entero con esa precisión y velocidad.
Magia, ilusionismo o brujería, su juego es el más reconocido de la Premier, de la Champions y del mundo como una marca registrada, una patente, un sello de calidad y un manual de identidad que permite a sus seguidores y a los aficionados en general disfrutarlo en todos los torneos, admirarlo sin importar el campo, olfatearlo en cualquier etapa y saborearlo en cada circunstancia.
Entender cómo juega el City y saber cuál es el futbol que domina es muy sencillo, su estilo es tan puro y cristalino que cualquiera puede explicarlo, basta con verlo tres partidos seguidos de local o visitante para memorizar y asimilar sus ideales. Lo difícil no es definir al City con palabras, sino llevarlo del papel a la cancha: son años de terquedad y preparación. Jugar con esa facilidad tiene una enorme dificultad: es agotador.
El cazador. Al terminar el partido en Stamford Bridge los jugadores del Real Madrid aflojaron sus botas, se sacaron las espinilleras, bajaron sus calcetas y saludaron a sus rivales con tranquilidad: minutos después cruzaron el túnel de vestuarios, se ducharon, se cambiaron y subieron al autobús en paz. Ningún gesto de euforia, ninguna señal de victoria, ningún aspaviento y ningún comportamiento fuera de lo habitual.
El Madrid acaba de vencer al Chelsea con global de 4-0 reduciendo a mínimos la psicosis de unos cuartos de final, jugará su onceava semifinal de Champions League en las últimas trece temporadas y no hay nada, ni nadie, que altere su estado de ánimo: normal. Esa naturalidad que demuestra en los partidos decisivos, en los estadios importantes y frente a los rivales grandes, es sobrecogedora, se trata de un cazador: apunta, dispara y fuego; se acabó.