Javier, el menor de los hermanos Iglesias Villanueva, también es árbitro; Ignacio, ocho años mayor, confirma que el arbitraje además de una profesión, es un oficio que se hereda a través del ejemplo, la admiración y la tradición, como una receta de familia que pasa de generación en generación.
Conocemos muchos hermanos panaderos, carpinteros, ingenieros, mecánicos, médicos o futbolistas, pero pocos hermanos árbitros.
En México, los hermanos Brizio Carter, hijos del árbitro Arturo Brizio Ponce de León, hicieron una extraordinaria carrera compartiendo experiencia en familia. En España, junto a los Iglesias Villanueva, están los hermanos Martínez Munuera, hijos de Juan Ramón, otro ex árbitro; y los hermanos Teixeira Vitienes, ambos retirados.
Pitar en familia es un grado, en ese parentesco hay una dosis de sentido común y sentido del honor por esta labor, que no se aprende en otro lado.
Hace unos días el arbitraje vivió uno de esos momentos que no deberían pasar desapercibidos en ningún medio cuando Ignacio Iglesias Villanueva, encerrado en la cabina del VAR, concedió un gol en fuera de juego al Elche, vigésimo en la tabla, que le dio el empate frente al Cádiz, decimonoveno. Último y penúltimo de LaLiga viven momentos determinantes, en juego, además de la categoría, hay millones de euros y dos ciudades entregadas a sus causas. El error de Iglesias Villanueva en ese partido fue tan grande como su honestidad.
Horas después, el árbitro publicó una carta de su puño y letra en la que escribió: “No me apetece utilizar un discurso del tipo: todos nos equivocamos, los jugadores también fallan.… yo lo que siento es enfado, cabreo, dolor y contrariedad conmigo mismo por el error cometido. Siento que una mala decisión mía haya perjudicado al Cádiz CF y pido disculpas por ello a la entidad y su afición”.
Así de simple, las palabras sinceras de un árbitro, dan brillo a este noble oficio.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo