Antes que Real Madrid, Barça, Juve, Bayern, Milán o Liverpool, el Manchester United fue el primer club de futbol que documentó, explotó y consolidó un mercado global. No es que los clubes mencionados fueran desconocidos o que no tuvieran seguidores repartidos por el mundo, es que el United llegó antes que todos a contar quién era en chino, japonés, hindú, coreano, vietnamita y desde luego inglés o español.
Para acabar pronto y decirlo más claro: fue el primero en entender que dentro de Inglaterra era un equipo de futbol y fuera de la isla una marca.
Con el internet por desarrollarse y sin la existencia de redes sociales, supo enviar a través de los satélites de Sky el mensaje correcto, al público indicado, en el momento exacto: la época dorada de Alex Ferguson al frente de la célebre generación del 92 con David Beckham, Nicky Butt, Ryan Giggs, Gary Neville, Phil Neville y Paul Scholes, fue fundamental para que el United pudiera compartir tres fascinantes historias traduciéndolas a veinte idiomas.
Primero legitimó su pasado gracias a la solemne figura de Bobby Charlton, capitán, sobreviviente del accidente aéreo en Múnich y presidente de honor; mantuvo una narrativa tradicional, nostálgica, honorable y familiar con Ferguson, el entrenador al frente de su brillante presente sobre el campo; y encontró en Beckham al enviado ideal al futuro del mercado: un chico inglés, canterano, con un guante en la pierna derecha, un perfil seductor, una imagen moderna, una percha impecable y una novia arrasadora en el mundo pop.
Nada de esto podía sostenerse con un equipo perdedor, así que mientras Ferguson ganaba títulos y Charlton colocaba las copas en las vitrinas, Beckham marcaba goles y etiquetaba camisetas en Old Trafford.
Hoy lleva 15 años sin ganar la Champions y 10 sin ganar la Premier, en todo este tiempo el United ha perdido algo más importante que los títulos: perdió a su familia.