Cuando Alex Ferguson y Arsene Wenger dejaron sus equipos tras décadas de dirigirlos con la sabiduría de dos viejos druidas, el United y el Arsenal creyeron asomarse a un mundo nuevo donde la tecnología aplicada, los innovadores sistemas tácticos y un discurso modernista transformarían su pasado convirtiéndoles en organizaciones vanguardistas.
El tiempo dejó claro que ninguno de estos equipos ha conseguido, por ahora, encontrar ese futuro prometedor.
Dirigidos durante años por dos técnicos tan legendarios como sencillos, Arsenal y United no cambiaron de entrenador sino de cultura. Dirigir un equipo con estas dimensiones deportivas es complicado, pero refundarlo es imposible, al menos a mediano plazo.
En ese dilema se encuentra el Atlético de Madrid, al que Simeone lleva una década dirigiendo. Es difícil recordar cómo era este equipo antes de Simeone, lo que es imposible negar es que su estilo de trabajo ha sido piedra angular de una época que será inolvidable: pensar en sustituirlo da vértigo.
Estas largas y traumáticas sucesiones nos demuestran que el puesto de entrenador no ha evolucionado. Evolucionaron los sistemas de juego, los métodos de entrenamiento, los modelos de gestión, la preparación física, la técnica, la táctica y la estrategia, pero el puesto perfilado para un hombre que se sienta en un banquillo sigue siendo el mismo. El futbol ha dado una enorme importancia al lugar que ocupan los directores técnicos dentro de su organización, pero apenas se ha preocupado por desarrollar al interior de ella una estructura que permita hacer escuela y cultura a través del tiempo. Buscar técnico, casi siempre es motivo de urgencia; formarlo, debería ser motivo de trascendencia.
Hay equipos con tradición formadora de grandes porteros, centrales, medios o atacantes, pero muy pocos se han especializado en formar entrenadores que garanticen la sucesión en un puesto clave.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo