Frente a Twitter, Facebook, Instagram y frente al marco, es un fenómeno de las redes. La penúltima batalla de Javier Hernández, otra vez, no es dentro de las líneas del campo, donde no le debe nada a nadie, sino “en línea”, donde parece deberle todo a millones de usuarios conectados a su vida.
Haciendo la memoria, que el futbol deshace, recordemos esta secuencia: Old Trafford repleto, Alex Ferguson en la banca, un atacante entrando a la cancha, gol de Chicharito y el color rojo ardiendo. Para jugar en aquel equipo hacían falta dos cosas: no se trataba de talento, técnica, habilidad, condiciones o carisma; era honor y pundonor, el mexicano los tenía.
Lamentablemente otros millones de mexicanos nunca valoraron al futbolista que jugó en las mejores Ligas del mundo con los equipos más honorables. Convertido en el hombre elefante de las redes sociales, la fábula de Javier Hernández siguió cultivando los complejos más caros, las polémicas más baratas y los rencores más rematados al pasar del United al Madrid, Bayer, West Ham, Sevilla y Galaxy, pero sobre todo, al volverse el goleador histórico de la Selección Nacional Mexicana; un sacrilegio para sectas de fanáticos que nunca se explicaron como alguien tan malo como ellos, podía llegar tan lejos: el caso entra en terreno de la sociología, la psicología, la teología y el exorcismo. Cuando todos estos “tiranousuarios” se dan cuenta que deben seguir insultando al mayor anotador de todos los tiempos de su país, enloquecen, y el fenómeno social del Chicharito, inexplicable, provoca que el mexicano, un futbol que solo ha visto dos delanteros con más de 100 goles en Ligas europeas en 100 años, Sánchez y Hernández, fusile al segundo porque al primero, ya lo olvidaron.
El caso de Chicharito contra las redes, como muchos otros en el deporte mundial, abre el debate: ¿Las redes sociales acercaron al aficionado con el deportista o los alejaron?
