Banca Serfin, la del aguilita, fue una de las instituciones financieras a las que el comité organizador encargó la venta de boletos para los partidos del Mundial de México en 1986. Teniendo una cuenta en el banco, te vendían series con un número determinado de entradas por sede, equipo y fase.
En mi casa, se juntaron tíos y primos que compraron tres series en la sucursal de Coyoacán, esquina División del Norte para todo el campeonato, en los estadios Azteca, Ciudad Universitaria, La Bombonera y el Cuauhtémoc; donde jugarían las selecciones del Grupo A con Argentina, Italia, Bulgaria y Corea del Sur; y las del Grupo B, el de México, Paraguay, Bélgica e Irak; además del juego inaugural, cuatro de octavos de final, dos de cuartos, una semifinal, el juego por el tercer puesto y la Final.
De familia numerosa, hicimos un sorteo de partidos con papelitos metidos en la sopera de la abuela, y los nombres de niños y adultos en platones de la vajilla: siempre dos niños y un adulto, o un niño y dos adultos por juego. Mi mamá y mi tía María Julia decidieron incluir en la tómbola el nombre de tres hermanos Maristas que nos daban clases en el Instituto México Primaria: los maestros Francisco Naranjo, David Preciado y Jorge Carvajal, a quienes tocó la divina suerte de asistir al sagrado Argentina vs. Inglaterra de la mano de Dios, cosas de Nuestro Señor.
Junto a mi hermano Juan Pablo y mi hermana María Asunción, tuve un pedacito de Mundial en el gallinero del Azteca, la puerta de maratón en CU y una grada del Cuauhtémoc. Eran días de fiesta: puedo sentir el veraniego ambiente mundialista del lluvioso fin de curso, y recordar la cerrada de Adolfo Prieto entre Morena y Xola, como si fuera el centro del universo.
México tenía muchos y muy buenos estadios de piedra, entonces no importaba tanto aquello del mejor y moderno estadio, sino el cariño de sus vecinos. Fue un Mundial entrañable, una Copa del Mundo casera. Rumbo al 2026, cuarenta años después, no sé qué cambiará más: el mundo, mi país, mi colonia, mi futbol o mi familia.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo