Los priistas no asumen que su partido ocupe el tercer lugar en las mediciones más recientes: argumentan, no sin razón, que la campaña no ha terminado y existen las posibilidades de escalar a posiciones mejores. La oportunidad de remontar por la vía del debate, sin embargo, no fue cabalmente aprovechada por Meade. En este primer “round de calentamiento” muchas expectativas se diluyeron: Meade no tuvo el impacto esperado. Su campaña es insulsa, como la de los otros, pero el abanderado priista se muestra incapaz de establecer una comunicación emocional y racional con el electorado: el candidato del PRI naufraga.
En este contexto, llama la atención una declaración del presidente Peña Nieto durante su reciente gira por Europa: “Independientemente de quien gane la elección presidencial del 1 de julio, el fortalecimiento institucional y el equilibrio de poderes permitirán que nos mantengamos en la ruta del crecimiento y del desarrollo”. En la profundidad de la frase se encuentra que en las instituciones existentes está el soporte para mantener el paso hacia adelante. Echa abajo lo que el propio jefe del Ejecutivo ha declarado tantas veces: nos acecha el peligro de desviarnos a un gobierno de corte populista que solo traería calamidades para el avance del país. Recuérdese que ante Obama (2016) hizo una crítica despiadada al populismo y el mandatario estadunidense le contestó que él era populista, por la sencilla razón de preocuparse por los que menos tienen.
Peña Nieto, además, demuele la desatinada retórica del presidente del PRI (Ochoa) que un día sí y el otro también habla del “populista López” y el peligro que representa: conducirá a nuestro país a otra Venezuela. Este cambio de la actitud presidencial insinúa, al menos como una hipótesis de trabajo, que desde el gobierno federal y su partido no está descartada la posibilidad de una negociación con la oposición, ya sea con Ricardo Anaya o con López Obrador. A escasos dos meses de la elección se tiene un diagnóstico que, por supuesto, puede cambiar, que indicaría quien no será el ganador pero sí quien va a perder: Meade. En este escenario no queda otra más que negociar. El dilema del priismo es ¿con quién?
Algunos análisis hablan de que se ha elaborado un pacto para impedir el arribo de AMLO a la Presidencia. Empresarios de alto nivel junto con la clase política que nos “gobierna” encabezarían ese movimiento. En este caso habría que negociar con Anaya que, agredido por las instituciones que procuran la justicia, será un actor difícil de que ceda. Sin embargo, el afán de poder del candidato frentista puede modificarse en aras de facilitar cualquier negociación: es viable de convencer. No obstante, la opción AMLO no puede descartarse con facilidad porque, en este momento, lidera las intenciones de voto.
Un gran dilema enfrenta el otrora invencible PRI. El incómodo tercer lugar que ocupa entre la ciudadanía, el desprestigio y rechazo al gobierno federal dejan como opción que su derrota sea, cuando menos, negociada: lo menos dolorosa posible. Ese es el problema de estar en el tercer lugar en medio de un partido y un gobierno que tienen indignada a buena parte de los ciudadanos.
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