 
	No hay nada más valioso para un aspirante presidencial que lucir, justamente, presidencial. Y nada más perjudicial que mostrar la carencia de atributos presidenciales. La ausencia temporal de Andrés Manuel López Obrador coloca al secretario de Gobernación en la tribuna, los reflectores y el micrófono del soberano. Prácticamente una mímica, un simulacro, de lo que sería Adán Augusto López investido con una banda presidencial. En ese sentido, serán días decisivos para las aspiraciones del tabasqueño. Como sabemos, las encuestas de intención de voto siguen marcando claramente a dos favoritos, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, pese a los esfuerzos que los partidarios del secretario han realizado a lo largo ya de casi dos años. En algunos sondeos sus posiciones han mejorado paulatinamente aunque sin poner en riesgo a los punteros; pero según otras encuestas, Adán Augusto ya ha alcanzado su techo y ha dejado de crecer. Todo indica que su postulación corrió con más éxito entre algunos miembros de la clase política que entre los ciudadanos y la opinión pública en general. Sin embargo, esta semana tendrá una inesperada y providencial oportunidad de mostrar sus atributos, o en su caso la falta de ellos, a la sociedad en su conjunto, y quizá más importante aún, a los ojos del ilustre paciente que observará a su suplente por la pantalla, a unos metros de distancia.
Para ser justos habría que decir que nadie saldría bien parado de la comparación con López Obrador tratándose del fenómeno de la mañanera. Tampoco Sheinbaum o Ebrard poseen el carisma ni acumulan decenas de miles de horas de plaza pública, como es el caso del Presidente. En realidad nadie reúne esas características. Pero de alguna forma, Claudia y Marcelo han construido una personalidad que proporciona relevancia a cada aparición pública. Quizá porque ambos han sido jefes de Gobierno de la ciudad y, al margen del Presidente, en sus comparecencias desarrollaron un estilo con cierto nivel de legitimidad. No es el caso de Adán Augusto López, a quien en el ámbito nacional se le conoció muy poco como gobernador y su presencia deriva esencialmente de ser el negociador del Presidente. Los pocos temas en los que el secretario ha improvisado o impulsado una agenda propia han tenido resultados plagados de claroscuros.
Estoy convencido de que López Obrador destapó a su secretario de Gobernación como una más de sus corcholatas llevado por la necesidad de evitar que la precampaña se partiera exclusivamente en dos bandos: el de Sheinbaum y el de Ebrard. El desgaste y el daño de tal polarización habrían sido mayúsculos. Y es que todos los intentos de AMLO para abrir la baraja con otros aspirantes nunca prendieron en términos mediáticos o políticos: Esteban Moctezuma, Tatiana Clouthier, Juan Ramón de la Fuente, Rosa Icela Rodríguez, Rocío Nahle, entre otros. Pero sí lo consiguió al postular a su ministro de gobernación: en el ADN político de los mexicanos, el titular de Segob es siempre un aspirante legítimo y viable. Y ayudaba desde luego, que algunos veían (ven) a Adán Augusto como una especie de minimi del Presidente: es tabasqueño, se come las eses, se apellida López y proyecta una imagen rústica y provinciana. Me parece que se trata más de una impresión que de una identificación de fondo, pero en política se apuesta a las percepciones.
Ciertamente Adán Augusto López no parece ser un hombre que despierte pasiones; no en el sentido en que lo hacen Claudia y Marcelo. Justamente esa podría ser parte de su estrategia. Presentarse como alguien que si bien no tiene grandes atributos, tampoco enfrenta enormes objeciones. Su cuarto de guerra juega a presentarlo como la sucesión “cesarista”, dirían los clásicos: un tercero más débil pero cuya designación hace menos olas que la de alguno de los dos grandes que se disputan la victoria.
En su primera mañanera, este lunes, Adán Augusto López hizo la tarea. Ninguna respuesta brillante o atrevida, pero todas correctas; sin protagonismos pero razonablemente eficaz; conocía los temas que se abordaron y contestó con la fluidez aséptica del notario, del funcionario dejado a cargo del changarro. Proyectó la sensación de que es un aceptable gestor del poder, pero deliberadamente no buscó parecer poderoso. Juega sus cartas.
En el fondo, no hay muchos elementos para valorar cabalmente a Adán López, pues gusta de presentarse como un soldado del Presidente. Sin embargo, como gobernador mostró algunos rasgos pendencieros y un par de decisiones autoritarias que preocuparían; y más recientemente ha intentado emular las descalificaciones que hace el Presidente a sus adversarios, pero sin la picardía de su paisano. En general, me parece un político más bien práctico, con poco fondo ideológico. Un defecto que otros convertirían en virtud. Y, con todo, habría que reconocer que en más de un sentido sigue siendo un enigma.
En este momento, a cuatro meses de la primera encuesta oficial y a ocho de la definitiva, la candidatura de Adán Augusto López es inviable. Si en verdad la nominación de Morena va a ser el resultado de encuestas entre la población en general, los números no le dan. Incluso si por estrategia el Presidente llegara a considerar su designación, la distancia en los sondeos de intención de voto hacen imposible coronarlo, a menos que se renuncie a la legitimidad del proceso, algo que no está en el ánimo del Presidente. Adán Augusto tendría que acercarse mucho más a los punteros para darse una oportunidad en la definición última y para eso necesita aumentar su popularidad. Esta semana podría estarse jugando la última esperanza de hacer algo que cambie su derrotero. En unos días sabremos si supo aprovecharlo.
 
	 
        