¿Cuál es el saldo de las dos marchas contrapuestas realizadas con quince días de diferencia por parte de grupos opositores al gobierno y por sectores populares favorables a él? ¿Qué implicaciones políticas podemos extraer de lo que vimos y oímos?
La marcha de hace quince días dejó en claro que existe una inconformidad entre muchos ciudadanos respecto al gobierno de la llamada Cuarta Transformación. No comparten el fondo o la forma de muchas de las decisiones tomadas por Andrés Manuel López Obrador, aun cuando el tema puntual de la convocatoria fuera el rechazo a la reforma del INE propuesta por el gobierno. El tamaño de la manifestación, entre 100 y 200 mil ciudadanos, secundada en menor número en decenas de ciudades, revela que no se trata de una inconformidad marginal o que involucre exclusivamente a las élites del país. Habría que reconocer que cantaron consignas en contra de AMLO muchos ciudadanos pertenecientes a las clases medias e incluso algunos que podrían identificarse con los sectores populares. Asumir que todas estas personas han sido arrastradas por los fifís, como si no tuviesen posibilidad ejercer su propio criterio, sería el mismo razonamiento que lleva a la derecha a asumir que las grandes mayorías que apoyan a López Obrador lo hacen en contra de su propio interés y como resultado de la manipulación del tabasqueño que los ha engañado. En las elecciones de hace un año la oposición ganó en 9 de las 16 alcaldías de la Ciudad de México, y si bien correspondió a la porción más próspera de la capital, es evidente que tales victorias no habrían existido sin una participación plena de las clases medias y medias bajas de esas alcaldías.
Por su parte, la marcha obradorista u oficialista de este domingo, incluso rasurada de la espuma de acarreados, es una expresión de algo más profundo que la oposición se niega a asumir, y me parece que es parte de su problema. Los niveles de aprobación que consistentemente superan 60 por ciento a lo largo ya de cuatro años, el voto que ha favorecido a Morena en 20 de las últimas 22 elecciones estatales o la movilización de masas que genera la 4T son tres síntomas del mismo fenómeno: se ha tejido una relación identitaria entre los grupos mayoritarios y el movimiento político que encabeza López Obrador. Remitirlo, como lo hacen los críticos, a un tema de acarreados o engañados, oscurece la comprensión de lo que realmente está pasando y deja a la oposición luchando contra un espejismo. Entender la verdadera naturaleza de esta base social y trascender el rechazo personal que les provoca la figura de AMLO, es el primer paso para que la oposición esté en posibilidades de afrontar la avalancha que se le ha venido encima.
El balance de estas dos marchas tendría, pues, que enseñarnos algo. Para empezar, el tamaño importa. Las dos demostraron algo, y en gran medida gracias a sus cifras. El obradorismo debería asumir el hecho de que la llamada sociedad civil, o una parte de ella, ha expresado su inconformidad y que estos sectores no se limitan a los poderes fácticos o a la llamada mafia en el poder. Hay una preocupación genuina en muchos ciudadanos, aun si son minoría comparada con la población en su conjunto por lo que ha hecho o dejado de hacer el gobierno de la 4T. El reto para el obradorismo, me parece, sobre todo una vez que ya no esté AMLO, es cómo asumirse en tanto mayoría responsable. Y no se trata solo de un asunto de ética democrática. El apoyo de las mayorías le da a Morena la fuerza suficiente para ganar elecciones o incluso gobernar unilateralmente, si así lo desea. Pero para efectos de sus ambiciosos objetivos de conseguir una mejoría sustancial en la calidad de vida de los más desprotegidos, las minorías son esenciales. Quizá no políticamente, pero sí económicamente. Las tasas de inversión, la generación de empleo o la expansión del PIB, imprescindibles todo ello para una sociedad más próspera, pasa por la creación de consensos mínimos y puestas en común para conciliar nuestras diferencias.
Del otro lado, la oposición y los críticos tendrían que asumir que más allá de acarreados o de la narrativa populista de las mañaneras, hay un apoyo real de parte de las masas al obradorismo y que su identificación con el Presidente obedece a razones profundas y de peso, que no han sido asumidas. El reto de la oposición es comenzar a entender que ostenta una posición minoritaria frente a mayorías que rechazan el modelo propuesto durante los últimos treinta años por estas corrientes. Entender que hay razones legítimas para que más de la mitad de la población exija un cambio y que por ahora el obradorismo es el movimiento político más cercano a estas aspiraciones.
Si hay alguna posibilidad de convivir en medio de la polarización que nos confronta y avanzar pese a nuestras diferencias, pasaría por asumir qué hay razones que asisten a la contraparte. Y tampoco tendríamos que asustarnos, porque en buena medida es un fenómeno internacional, producto del agotamiento de la globalización y el dominio de las redes sociales sobre la conversación pública, aunque en cada país haya tomado matices e intensidades distintas. México es una nación desigual, y las opiniones no tendrían por qué ser unánimes. Dos tercios de la población desea un cambio en determinada dirección, otro tercio, protagonista clave en la economía, los medios o la academia, no coincide con el fondo o la forma de ese cambio. ¿Qué vamos a hacer con eso?
@jorgezepedap