 
	En la defensa que Andrés Manuel López Obrador suele hacer de Donald Trump hay algo de cálculo político, con el cual difícilmente se puede estar en desacuerdo, considerando la situación tan desigual que México tiene con su poderoso vecino. Pero las muestras de simpatía externadas en la mañanera por el Presidente son tan frecuentes, efusivas o gratuitas que llevan a preguntarse si van más allá de una estrategia política y obedecen a una suerte de simpatía. Algo que no resulta fácil entender si nos atenemos a las posiciones ideológicas tan disímbolas de ambos personajes.
Para empezar, habría que reconocer la habilidad de López Obrador para encontrar el modo de construir un diálogo relativamente amigable, durante los dos años de gobierno ambas presidencias coincidieron. Trump gobernó en el período que va de enero de 2017 a enero de 2021; el mexicano estará en Palacio Nacional de diciembre 2018 a octubre de 2024; es decir, “se traslaparon” durante 26 meses.
Lo cierto es que la relación que ambos entablaron ayudó a limar las aristas más agresivas del empresario neoyorquino en su trato con nuestro país. Se consiguió un nuevo tratado comercial que, aunque en algunos aspectos es más severo que el anterior, logró conjurar muchas de las condiciones lesivas que el mandatario republicano habría deseado imponer. La amenaza neutralizada de castigar a México con aranceles inesperados, los intentos fallidos de etiquetar como terroristas a los cárteles de la droga, poner límite a los excesos de la DEA en territorio mexicano o la donación inesperada de equipos médicos y vacunas durante la pandemia, fueron resultado en gran medida de la aparente empatía que caracteriza la relación entre los dos presidentes. Mal que bien, Trump dejó de usar a México como la piñata a golpear en cada ocasión en que necesitaba subir su popularidad. Una estrategia a la que frecuentemente recurre todo político de derecha, como hoy lo muestran varios gobernadores antimexicanos de los estados del sur.
En fin, la buena relación con Trump muestra una prudencia que se agradece en aras al realismo político. No habría existido peor escenario que un presidente de izquierda que se envolviera en la bandera del nacionalismo ofendido, para buscar popularidad a partir del recurso fácil de explotar la indignación que entre los mexicanos provocan las ofensas de Trump. Por fortuna no fue así.
Pero dicho lo anterior, habría que reconocer que la querencia que López Obrador muestra por Trump va más allá de la necesidad política y, todo indica, obedece a un aprecio genuino. O cómo explicar la indignación que ha expresado estos últimos días sobre los cargos que la justicia estadunidense ha fincado en contra del ex presidente, pretextando que habría un paralelismo con el intento de desafuero que él sufrió hace 20 años. Como si los pagos fiscalmente ilegales a una prostituta fueran moralmente similares al deseo de completar una obra pública necesaria que había sido parada por un juez. En sus quejas sobre las acusaciones en contra de Trump, López Obrador parecería externar la preocupación de que tales investigaciones pudieran dañar las pretensiones de un triunfo de Trump en su retorno a la Casa Blanca. Algo similar a la extraña demora que mostró para reconocer el triunfo de Biden mientras corrían esfuerzos de Trump para intentar retener el poder a cualquier costo. En tales ocasiones parecería que López Obrador ha ido mucho más allá que una mera estrategia para llevar la fiesta en paz con el furibundo antimexicano.
Ideológicamente, Trump es un símbolo de muchas cosas con las que el obradorismo estaría en contra. El dispendio, el uso de privilegios, el desinterés por los pobres o los oprimidos, el desprecio por los países y los pueblos que viven en el atraso, la actitud imperialista y un largo etcétera.
Es cierto que, en más de una ocasión, López Obrador ha tenido que asumir contradicciones ideológicas llevado por la necesidad. Para no ir más lejos allí está el caso del Partido Verde. En todo el espectro político no existe un grupo de personas más alejados de la cosmovisión de la 4T que el mundo en el que viven el Niño Verde y sus correligionarios. Juniors enriquecidos y mimados por el México corrupto y de privilegios. Era un aliado imprescindible para conseguir triunfos electorales y votaciones favorables en las cámaras. El Presidente asume tal necesidad con la boca cerrada, como un mal necesario, pero no la presume ni los elogia. ¿Por qué a Trump sí?
¿Una suerte de agradecimiento por haberle dado su lugar y reconocerlo como un par?, ¿alguna admiración inconfesada por haber conseguido el poder, igual que él, a contrapelo de la clase política tradicional?, ¿una identificación con la actitud voluntarista y el liderazgo personal por encima de la maquinaria o el entramado institucional? A saber.
Uno más de los misterios y contradicciones que caracterizan a este hombre a ratos insondable, siempre polémico, nunca intrascendente, casi siempre indescifrable. El advenimiento de la campaña electoral en Estados Unidos volverá a poner en boca de Donald Trump insultos contra los latinos y promesas de medidas autoritarias con el fin de llegar a la Casa Blanca. ¿Sobrevivirá el aprecio que le profesa, en una expresión más del alma enigmática de AMLO o saldrá en defensa de los paisanos, tantas veces convertidos en los verdaderos héroes de este sexenio?
 
	 
        