Estamos viviendo “en una época de incertidumbre” -escribió Daniel Innerarity- una época en la que la perplejidad es una situación “propia de sociedades en las que el horizonte de lo posible se ha abierto tanto que nuestros cálculos acerca del futuro son especialmente inciertos”.
A partir del primero de julio que llevó al poder a un gobierno sin oposición, de un largo proceso de transición y de los primeros días de la presidencia de Andrés Manuel Obrador, se ha generado confusión y desconcierto en la clase política tradicional, entre las elites del poder económico, el mundo académico, los analistas y en general en la sociedad civil organizada del país.
Perplejo significa incierto, confuso, desconcertado, indeciso, vacilante. El perplejo no sabe qué hacer, pensar o decir. Frente a las primeras determinaciones del Ejecutivo los analistas políticos y económicos levantan la voz alertando sobre las consecuencias negativas y los graves riesgos que le pueden provocar al país.
Sergio Aguayo escribió en Reforma que “La sociedad mexicana esta partida en sus opiniones sobre el Presidente. Para algunos es el heraldo llegado del paraíso, para otros, mensajero del averno”.
Por su parte Eduardo R. Huchim afirmó que este gobierno es “Un poder que algunos temen sea autoritario y abata a la democracia, un poder populista que lleve a la ruina al país, un poder retrógrado que conduzca al México de los años 60-70”.
AMLO dijo en su toma de posesión “Nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado con el influyentismo. Esa es la causa principal de la desigualdad económica y social, y también de la inseguridad y de la violencia que padecemos”.
La confrontación de las ideas se ha sustituido por la descalificación que es antesala del uso de la fuerza y de la violencia. Hay libertad de expresión pero los actores políticos incluyendo al presidente de la República deberían moderarse para no romper la convivencia elemental y para combatir la polarización.
