Cultura

Juan Gabriel mesurable

  • La Feria
  • Juan Gabriel mesurable
  • Jorge Souza Jauffred

No me sorprende la despedida que miles de personas han dado a Juan Gabriel. Tampoco el eco que se ha levantado como una ola para festejar sus canciones y repetirlas, una y otra vez, en restaurantes, radiodifusoras, cantinas, hogares, hasta el hartazgo. La fama del cantante era mucha y sus canciones de sobra conocidas. El michoacano sabía contagiar al público de ritmo, movimiento y alarido; y ahora que la muerte cobró su última deuda, es explicable que quienes disfrutaron sus tonadas enciendan como nunca su recuerdo.

Me sorprende, sin embargo, la desmesura de las manifestaciones; una desmesura basada en la fama del cantante extinto y en una especie de “efecto espejo”, de gente que repite hasta el infinito las mismas palabras gastadas sobre el artista. Los medios exaltan la imagen y la masa se unifica y late como un solo corazón, ciega en el efecto de su propio movimiento, como en las revoluciones: ¡Todos somos Juan Gabriel! Clama, al unísono, la gente.

Me sorprenden más aún ciertas situaciones derivadas, como el que, por una nota de prensa, que no diviniza a Juan Gabriel, que corre en sentido opuesto al grito de las masas, haya renunciado a su cargo en la UNAM Nicolás Alvarado. O que varios poetas contemporáneos, en el suplemento Laberinto, de Milenio, lo hayan exaltado al grado de convertirlo en una cumbre casi de nuestras letras. Se van, pues, con la corriente.

Hay que poner las cosas en su lugar. Juan Gabriel fue un buen melodista; sus canciones son de lo más pegajoso y, alguna vez, quizá, casi todos las entonamos. Pero de ahí a que se le compare en lo literario, como ya lo hizo alguien tontamente, con López Velarde, es un gran despropósito.

Juan Gabriel fue un letrista muy irregular. Por eso se explican versos tan malos como estos: /Cómo quisiera, ay, que tú vivieras / que tus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca / y estar mirándolos”; sólo se entiende el éxito de tal canción, “Amor eterno” porque evoca la muerte de una madre y no por la calidad de su letra. Los ejemplos abundan; estos son pésimos: “yo sabía de cariño, de ternura / porque a mí desde pequeño eso me enseñó mamá / eso me enseñó mamá / eso y muchas cosas más. / Yo jamás sufrí, yo jamás lloré, / yo era muy feliz, yo vivía muy bien /”. Y qué me dicen de “Noa Noa”; podrá bailarse, pero la letras es malísima. Los ejemplos serían interminables.

Aseguran que compuso cientos de canciones. Tal vez, pero cantidad no significa calidad. Fue, sobre todo, un fenómeno de popularidad y tonadas pegajosas, pero no de buenas letras. Por eso es ilógico y exagerado compararlo con compositores como José Alfredo Jiménez, Roberto Cantoral, Rubén Fuentes o Agustín Lara. Ellos no tuvieron esa fama porque vivieron en un tiempo distinto, pero sus letras, sin duda, son mejores.

Descanse en paz Juan Gabriel, hombre querido por la gente; pero, sólo en momentos, por excepción, buen escritor de letras.

jorge_souza_j@hotmail.com

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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