No me había preocupado tanto por el calentamiento global como hace unos días, cuando vi asombrado la fotografía que divulgó la NASA; en ella que se ve México consumido casi por los incendios.
Un día después, mi prima Chantal me llamó por la noche para saber si tenía una jaula para su gato. Estaba evacuando su casa en Pinar de la Venta porque existía el riesgo de que las llamas, más tarde, no le permitieran salir. El gato, decía, podría correr asustado al trasladarlo. Ya ven, ustedes: los gatos.
La fotografía confirma que los incendios no son exclusivos de esta zona; se extienden por la geografía del país, otorgándole un aspecto impresionante. El problema rebasa con mucho a La Primavera y al gato de mi prima.
Según algunos activistas, estos incendios son resultado del cambio climático que, por cierto, es causante también de que los glaciales comiencen a derretirse y con ello eleven el nivel del mar, al grado que algunas islas del continente australiano, de piso muy bajo, han tenido ya que ser desalojadas.
Aunque no sabemos a ciencia cierta hasta dónde la mano del hombre ha influido en este fenómeno, no hay duda de que es un factor importante. ¿La Tierra se ha valido del nosotros para abrir su capa de ozono y recibir radicaciones cósmicas que hace milenos no recibía, o simple y llanamente estamos acabando con las barreras naturales del planeta y nos dirigimos, ciegos, hacia una nueva etapa impredecible?
Sabemos, sin embargo, que las cosas están cambiando. Mientras que la temperatura del planeta se ha elevado un grado en medio siglo, en el casquete polar del norte aumentó cuatro grados, lo que tendrá consecuencias.
Por lo pronto, miles de especies comienzan a extinguirse, mientras que una capa amplia de la biodiversidad se redistribuye, con las efectos desconocidos.
El poder económico, que podrían modificar, por ejemplo, la emisión de los gases de invernadero, permanece impasible ante el problema. Trump, por ejemplo, se burla abiertamente y afirma que se trata de un cuento apocalíptico,
Lo cierto es que en este pequeño grano de polvo que es la Tierra, casi en un extremo de la Vía Láctea (la Serpiente Emplumada, según la cosmogonía azteca), nada parece ser capaz de interrumpir los ciclos milenarios.
En 2100, ha dicho la ONU (dentro de 81 años), la vida en nuestro planeta podría desaparecer de seguir las cosas como están. Pero, si así fuera, la Tierra continuaría su marcha, el universo la suya, y en planetas como el nuestro (hay 400 mil estrellas en la galaxia) seguiría floreciendo la vida en sus innumerables formas, sin que se altere el equilibrio cósmico.
Somos nosotros, caray, los que deberíamos hacer algo por las generaciones venideras. Nosotros los que, ahora, podemos dejar a un lado la narrativa que glorifica al poder económico, y volver los ojos a la mesura, la fraternidad y, por qué no, hacia las regiones del Espíritu. Y no, no tengo una jaula para gatos.