¿Cómo están?... La pregunta es ociosa. Seguramente están aún más aterrados y con incertidumbres que en el inicio de este proceso de transformación obligada al que nos ha compelido la historia. Lo que enfrentamos como individuos y como sociedad no tiene parangón aún más allá de eventos semejantes a través del tiempo. Las pandemias recurrentes del pasado, aunque parecidas, ninguna habría tenido la posibilidad de atemorizar y aterrorizar a tantas personas como ahora; ello, en virtud de la existencia de las redes sociales y la tecnología omnipresentes y omnipotentes, entre las que vivimos en este azaroso devenir de la actual circunstancia en el tiempo de una pandemia inducida.
Asistimos a una época en la que la sobre-información, las fakenews, los memes o la desinformación, y toda clase de artilugios de la manipulación mediática, nos abruman a cada instante… y, en ese contexto –en el que nada es verdad ni es mentira– la gente no sabe a quién creer y en quién confiar. Hoy por hoy habitamos en el reino de la confusión y somos vecinos del imperio de la desolación, del crujir del alma, del llanto y el rechinar de dientes para afuera. Hemos sido testigos de cómo el encierro obligado, el confinamiento involuntario, la ahora insana táctica de la distancia social, el cierre de negocios y la cancelación de la lógica de la sustentabilidad económica, han conducido a trastocar los principios de la esperanza, la salud psicológica y la fuerza espiritual allende la necesaria e indispensable atención a la salud fisiológica y la preservación de la vida como fin último de cualquier estrategia, como antítesis de esa fallida que, por error logístico, segó la vida de Giovanni, a causa de un inocuo cubre-bocas, que se tornó agente de muerte derivado de una concepción criminal del poder.
Ante la necesidad de sosiego y para reconfortar el alma, es menester tener en cuenta que lo más importante, ante la denominada nueva normalidad, es comprender que debemos poner en práctica todas nuestras capacidades e inteligencias para asumir y ejercer la propia responsabilidad para salir airosos de la afrenta que nos cuestiona, nos reta y nos ofrece la oportunidad de arriesgar hasta la vida para vencer al coronavirus.
En efecto, no resulta fácil darse cuenta que el virus ya está aquí y que esta nueva REALIDAD desconocida nos demanda fortalecer nuestro organismo y robustecer el sistema inmunológico para superar los embates de la enfermedad que ahora ya es, casi endémica. El virus ya vive entre nosotros. Ojalá seamos aptos para descifrar la fórmula de la reapertura para proceder al reinicio del mundo, la reactivación económica y resarcir las afectaciones que dañaron la tranquilidad y la convivencia social. Es tiempo de recuperar lo que nunca perdimos, es decir, es tiempo de recordar que somos más grandes y fuertes que el bicho que nos agobia. Si, es cierto, la enfermedad existe, y es letal en algunos casos, pero quizá la manera más eficaz de someterla es estar atento y alerta para atenderse de manera expedita y, por otra parte, continuar la vida en plenitud de actividades, con las reservas y cuidados que amerita la protección propia y de los demás. No hay opción: O somos pusilánimes y débiles para dejarnos apabullar por el temor y la angustia o somos valientes y audaces para luchar por la salud, la integridad y la vida que nos esperan en la otra realidad que estamos a punto de construir con energía, generosidad y optimismo.
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