En ocasión de su cumpleaños
Era 1985 y era noviembre. En aquella tarde remota y llena de sortilegio ocurrió el que ha sido el encuentro que más ha propiciado una miríada de significativas revelaciones heurísticas entre dos amigos afectos a la inquietud por descubrimiento y la invención creativa.
El genius locci rondaba en el escenario emplazado en un salón de clase de la otrora facultad de arquitectura, a donde acudí para participar en un curso cuyo tema sería la perspectiva y el color.
Todo comenzó ese día en el que inició la Flama cordis, cuya chispa primigenia encendió una gran amistad que perdura desde entonces. Fue el destino. En la memoria guardo aquel instante. Nada más cruzar el umbral del aula y la baraka hizo acto de presencia. Y allí estaba y era Jaime Barba.
Y su presencia era como la del niño rebelde que todo lo hace fácil. Su discurso por la perfección era imponente y su voz tenía la claridad como de mago que le canta sus embrujos al espacio y a la magia policromática de su lenguaje. Jaime nos mostró sus secretos de la geometría tamizados por su inteligencia y la soltura de sus trazos. Luego nos llevó a través de un viaje apasionante por el mar de la tranquilidad y la armonía de la luz como trasunto del color. Sus manos eran diestras y su mente ágil… allí, con él, aprendí a descifrar el misticismo diáfano de la línea y la inconmensurable dimensión de la complejidad cromática en perspectivas de fantasía. Todo era fácil.
La conexión fue tan inmediata y contundente que se tradujo en sinexión: nos hicimos amigos y me invitó a trabajar en su despacho. El 24 de diciembre crucé la línea del quicio en el sitio en donde las ideas nacían mientras jugábamos con inteligencia el juego de la ensoñación generadora de imaginarios sólo posibles en los cuentos de Amadís.
Pasábamos horas y horas mientras hablábamos de conceptos de arquitectura, de música, de poesía, de la vida… la conversa aún sigue y es inmarcesible. Caminábamos a casa desde la oficina, vivíamos cerca. Hoy estamos siempre cerca.
Con Jaime hemos recorrido el universo u hemos transitado la senda de la gracia. Esa gracia que se halla en la prodigiosa mente del genio que trastoca la realidad y que seduce con sus formas para dotar de sentido a la existencia.
Jaime ha sido el creador de un modo de ser y vivir la arquitectura mediante una filosofía portentosa sustentada en una idea esencial: la vida fácil. Vaya, pues un sentido homenaje a la amistad y una reverencia a quien ha sabido conjugar el inefable espíritu de la belleza y nos obsequia, con cada proyecto, la posibilidad de alcanzar la plenitud del acto humano perfecto: vivir los espacios de Jaime Barba es conocer y comprender que la arquitectura es el continente de la felicidad que trasciende el tiempo.
Jorge Fernández
jfa1965@gmail.com