Hay pocas cosas tan regocijantes como cuando un viejo representante del abuso del poder se autoexhibe voluntariamente para mostrarse en todo su esplendor malsano. Lo vimos en las memorias de Salinas de Gortari, que hizo un gran esfuerzo por demostrar que era bueno, Santi y puro, aunque nadie le creyó; también tenemos ahí el libro de Calderón, que huele a pomo de otro bar, y cuya tentativa por lavarse la cara terminó siendo un ejercicio de autoinmolación y sumó sentido del castellano; sin olvidar la entrevista, aburrida y condescendiente, cuajada de panegíricos que le hicieron a mi licenciado Peña, donde en vez de quedar rechinando de limpio, quedó como rata de dos patas.
En ese tenor está la autobiografía de Juan Carlos de Borbón, el ex mirrey de España, donde trata a sus pecados veniales como si fueran bromitas estudiantiles, cuando estamos hablando de infidelidades en masa, malversación, corrupción y atraco en despoblado. Ya en el derrape total, soltándose el pelo y el sujetador, el especialista en matar elefantes, en ponerle los cuernos a la reina y en pasarse la bomba cual vivales, afirmó con tristeza que debe ser el único español de cierta edad que no recibe pensión alguna. Parece que se le olvidaron los millones de euros que se llevó y con los que financiaba su vida loca, con amante integrada. Me recordó mucho a Salinas de Gortari quejándose amargamente porque ya saben quién le había quitado su pensión y que prácticamente vivía en el quinto patio. Bueno, para vivir en Las Lomas de Madrid, se necesita ser émulo de Alí Babá Zedillo.
El borbónico personaje también parece inspirado en la vida del ex gobernador veracruzano, Javier Duarte —líder de la Loka Academia de Javidús— que luego de su interminable cadena de atracos, abusos y alucinantes, desperfectos financieros y gubernamentales que protagonizara, podría salir después de ocho años de estar a la sombra. No me digan, pues le saldría muy barato, sobre todo por el daño que causó, no solo en lo económico, sino en lo social, donde desde su oficina perseguía periodistas, manipulaba la información, estaba siempre al servicio de los oligarcas. Todo de tal magnitud y con la voz meliflua, casi hacía ver al sátrapa de su antecesor, Fidel Herrera, cual si fuera una hermanita de la caridad.
Seguramente amparado por los rescoldos del Poder perjudicial de la ministra Piña, Javidú podría salir a hacer lo mismo que su esposa en Londres: merecer abundancia al estilo Borbón.