Hace unos días, tomando conciencia de mis cincuenta y un años, me puse a hacer una serie de multiplicaciones y conversiones, para obtener el número de segundos que tenemos en el cumplimiento de cincuenta años; el total sumaba, más de un millón quinientos mil segundos. No pude evitar pensar: cada segundo podemos decidir un sí o un no, o no hacer nada, también es válido; pero ese no hacer nada, nos lleva a lo mismo, a continuar con la misma vida.
Y lo que hacemos incluso, mientras esperamos, son las acciones que determinan quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos: al futuro de nuestras vidas.
¡Más de un millón quinientas mil oportunidades!
Eso pensé, cuántas oportunidades he tenido y cuántas he dejado pasar.
Cuando estudiaba la maestría en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, fui invitada a un Congreso sobre el Tratado de Libre Comercio.
El tema en cuestión era sobre la apertura de las fronteras entre los tres países, para dar lugar a un intercambio comercial en el que los aranceles se eliminaran, dejando de proteger a los países, dando cabida a la libre competencia.
El conferencista canadiense comenzó su discurso con una oración que me cambió la vida; con una mirada serena y mucha firmeza mencionó: Un dolor a corto plazo es una inversión a largo plazo...
El silencio se impuso en la sala y no pude evitar pensar en mi vida personal: cuántos dolores postergué, evité, no viví y me evadí, para no sentir ese dolor, sin darme cuenta, que a largo plazo, era lo mejor que me estaba ocurriendo en mi vida, que era una inversión de tiempo…
Pero tenía veintidós años y no me daba cuenta.
El tiempo...
¡Lo más preciado que tenemos!
No es el dinero, ni las joyas, ni el oro, ni la tierra.
No es el título, ni el puesto.
No es el halago y ni el reconocimiento...
Porque al final de la vida, cuando nos estamos yendo, cambiaríamos todo lo que tenemos, por regresar el tiempo.
Daríamos una vida entera, por alargar esos momentos en los que fuimos felices y volverlos a sentir, por disfrutar, por gozar, por esas primeras veces que vivimos en la vida y aunque lo volvamos a vivir, no es lo mismo, porque ya lo vivimos.
El tiempo es lo más preciado que tenemos,
Tic Tac, Tic Tac...
El tiempo está corriendo.
El tiempo, ¡lo más preciado que tenemos!
- Susurros...
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Irma Vela
Tampico /