Luis Miguel Morales C.
En tiempos de contorsionismo político, nuestros líderes sudan retorciendo la postura. Intentan convencernos de que siguen donde estaban, manteniendo sus promesas, mientras doblan las articulaciones en sentido inverso. Todos alaban los pactos, pero nadie quiere reconocer que cede. El espectáculo es hipnótico y antiguo: ya en el pasado hubo intentos de caminar a la vez por las dos orillas del mismo río.
Durante años, los generales Marco Antonio y Augusto lucharon a muerte por el poder en Roma. No parecía fácil adivinar cómo acabaría el duelo, hasta que Marco Antonio cayó derrotado por sorpresa en la batalla de Accio, al norte de Grecia. Cuando Augusto regresó triunfador, fue a verlo un hombre con un cuervo amaestrado. Como los loros, un cuervo adiestrado puede imitar el habla humana. Al pájaro de nuestra historia le habían enseñado a decir: ‘Salve, Augusto, comandante victorioso”. Augusto quedó impresionado y premió al hombre del cuervo por haber creído en su triunfo con tal lealtad. Sin embargo, el adiestrador tenía un socio vengativo que reveló a Augusto la existencia de otro cuervo, adiestrado para graznar justo lo contrario: ‘Salve, Marco Antonio, victorioso comandante’. Resultó que los dos oportunistas eran compinches y pretendían, como algunos de nuestros líderes, acertar sin arriesgar –pase lo que pase–, multiplicando los pájaros y el desparpajo.
Irene Vallejo