Mercedes Sosa hoy me salva con Las estatuas.
Antes que cualquier otra cosa, incluso antes que sonido, la canción folclórica es enigma. Tiene la obligación de crear una poética propia cuya configuración abreva en ilimitadas fuentes: en la historia y en la naturaleza, en la autobiografía y en los cotidianos accidentes. Da igual la procedencia de sus materiales, pero su obligación sanguínea no da tregua: sin una poética propia, sin enigma, no es canción folclórica.
Las estatuas de Mercedes Sosa —de su álbum En dirección del viento (1976), basada en el poema de María Elena Walsh (1930-2011)—, que es tan triste y trágica.
“Cuando llueve, me dan un no sé qué las estatuas”.
El enigma ha sido sembrado: una sensación desconocida que involucra estatuas mojadas. Su planteamiento es de una campechana ambigüedad (¿un no sé qué?) que inmediatamente comienza a resolverse, primero hacia la soledad (“nunca pueden salir en pareja con paraguas y se quedan como en penitencia, solitarias”) y luego hacia lo siniestro (señalando la fatalidad en las plazas, miran serias pasar cochecitos y mucamas. No se ríen porque no tuvieron nunca infancia”). Una siniestra soledad inmóvil y húmeda que todo lo consume porque a través de la melodía lenta y sufriente de una dulce voz rota se filtra entre los nervios sin encontrar resistencia. Entonces, sin abrupción, el coro nace desde una misma sensación de lluvia, falta de infancia y fatalidad. Y sin dejar de ser eso, también es algo más:
“Marionetas grandes, quietas, que con ellas no juega nadie”.
Es también abandono y orfandad (“¡pero si una sombra mala para siempre borrase, qué dolor caería sobre Buenos Aires!”), es también inesperada ternura, (“cuando llueve y me voy a dormir, las estatuas velan pálidas hasta que llegue la mañana, y del sueño de los pajaritos son guardianas”), y es también un inmenso terror humano ante el silencio de lo inanimado (su memoria procura decir sin palabras y nos piden la poca limosna de mirarlas cuando quieren contarnos un cuento de la Patria”).
En su obligación de ser una pieza completa, la canción folclórica también debe dejar algo suelto, y es cuando el asunto se complica porque encierra una aparente contradicción irreconciliable. Las buenas canciones folclóricas son tan escasas porque tienen que hacer magia: estar abiertas hacia el misterio siendo formas cerradas. La canción folclórica es enigma antes que música.
El enigma que Las estatuas de Mercedes Sosa abre son dos preguntas finales asociadas con las primeras palabras (cuando llueve, me dan un no sé qué las estatuas) que la voz nunca hace, pero las deja ahí vibrando, señeras y sombrías:
¿Y si no llueve?, ¿qué pasa dentro de ti, Mercedes, cuando las estatuas no están mojadas?
Hugo Roca Joglar