Pertenezco a la última generación prevideojuegos. La que me siguió (quienes ahora están entrando a sus 50 años de edad) cayó en ese embrujo, para mí incomprensible, de la afición —muchas veces bobalicona, muchas veces enajenada, muchas veces fanática— por los jueguitos de video, desde el Pac-Man y el Atari hasta las alucinantes sofisticaciones de hoy.
Menciono lo anterior porque no puedo comprender el delirio que está causando en estos días, sobre todo entre los llamados millennials, la aparición de ese juego de realidad virtual llamado Pokémon Go.
Al parecer, pronto veremos por las calles de México a decenas, cientos, miles o millones de personas, celular o tableta en mano, en la persecución de entes inexistentes (llamados pokemones) que ellos creerán reales, situación que los mantendrá con la mente en blanco y la boca babeante, cual obedientes y oligofrénicos solovinos (me refiero, por supuesto, a esos perritos sin hogar que andan en busca de un amo que les dé casa y sustento, no se me malinterprete). Serán como esos zombis de las películas y las series televisivas, seres descerebrados que proferirán sonidos guturales y gritos repetitivos, mientras caminan en masa por Reforma, Juárez y otras bonitas avenidas, desquiciando el tránsito y convirtiendo a la Ciudad de México (y otras ciudades del país) en un caos. Bueno, quizás exagero un poco.
Ahora, en cuanto a lo de los nombres Pokémon y Pejémon, se trata tan solo de un inocente juego de palabras y de ningún modo trato de establecer similitudes entre los neozombis pokemonistas y los seguidores más fanatizados de AMLO, porque nada que ver. De hecho, me da gusto saber que con tanto trabajo como tiene, al tratar de salvarnos de la mafia en el poder, su chief pueda regalarse un tiempito para irse a San Diego y asistir, en asientos VIP, al Juego de Estrellas de las Grandes Ligas (y hasta entrar a los dugouts para tomarse una foto con David Ortiz, el famoso Big Papi de los Medias Rojas de Boston).
¿Cómo dice aquella canción que tanto le gusta citar a Andrés Manuel, la de Chico Che? ¿Quén pompó o quén pagó?
Pero como ya dije: nada que ver.
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