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Nuestra democracia vive

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  • Héctor Raúl Solís Gadea

Las primeras sorpresas agradables de la jornada las dieron Meade y Anaya: reconocieron a temprana hora y sin regateos el triunfo de López Obrador, le desearon éxito en su gobierno y exhibieron sentimientos de apego al bien superior de la nación. No pareciera, pero cómo importan la palabra y la actitud para recomponer el ánimo político de un país y despejar el horizonte.

Lo dijo Héctor Aguilar Camín en la televisión: los modales de la democracia son parte esencial de la democracia y nunca habíamos tenido en México tal demostración de madurez. Enrique Krauze, más precisamente, fue quien remarcó la importancia de la palabra como tal: ésta es vehículo de la verdad y hace política, señaló. Por eso, remató poco más o menos, el próximo presidente de México, dado el apoyo mayoritario que ha tenido, tiene una gran responsabilidad: usar la palabra con mesura y respeto.

Las palabras de Meade y Anaya eran indispensables porque los mexicanos estamos obligados a darle un nuevo aire a nuestra democracia: propiciar que por fin nos unifique en nuestra pluralidad, nos integre a pesar de nuestras naturales diferencias. Era indispensable, además, dejar atrás la crispación, las guerras sucias y los enconos que poblaron las campañas, los temores, infundados o no, es decir, todo lo que no nos ayuda a salir adelante como nación.

Ojalá que lo podamos entender los demás: los ciudadanos comunes, la clase política en su conjunto y los líderes sociales y empresariales. No se trata sólo de reconocer al ganador de la presidencia, sino de poner por delante un sentimiento de generosidad política para con nuestra nación: comprender que López Obrador no sólo representa la voluntad de la mayoría de los electores, sino una corriente de pensamiento político cuyos orígenes se remontan, por lo menos, al 6 de julio de 1988 y que después se expresó de manera relevante en 2006 y en 2012, aunque no pudo llegar a Palacio Nacional o, por lo menos, ver reflejadas sus aspiraciones en las decisiones del gobierno nacional.

Es clave tomar en serio las preferencias de política pública y la visión de país que la opción de Morena representa, más allá de la personalidad de su candidato, sus fortalezas y sus debilidades. Es una visión construida sobre la necesidad de poner por delante la justicia social como valor fundamental de la política. Esta perspectiva cobró mayor vigencia a medida que el proyecto de nación que se desplegó desde 1988 hasta el presente, a cargo de los presidentes priistas y panistas, no logró resultados satisfactorios ni encaminó a México por una vía promisoria.

Lo ocurrido ayer en las urnas, entonces, expresa no un simple sentimiento social de mayorías galvanizadas por un líder carismático; más bien, constituye una expresión de racionalidad pública: la necesidad de la alternancia ante lo que no ha funcionado, el reconocimiento de que son urgentes correcciones profundas al modelo de país y economía que se ha impulsado con pocos matices durante las últimas décadas. Las diferencias entre partidos y visiones, que han enrarecido nuestra democracia prácticamente desde que nació, proceden de que no hemos sabido modificar las políticas económicas fundamentales.

Esa realidad explica y justifica el triunfo de Morena. Las demás fuerzas políticas deben reconocerlo con arreglo a un espíritu verdaderamente cívico, saludar la llegada de López Obrador a Palacio Nacional como un signo de la vitalidad democrática de nuestra sociedad, como un recurso para que se impulse el cambio que México necesita: de manera ordenada, institucional y con libertades.

Hace unos días, en su discurso de cierre de campaña, López Obrador dijo que tenía la ambición legítima de ser un buen presidente; mencionó como ejemplos a Benito Juárez y al general Lázaro Cárdenas del Río. Bien por él, porque piensa actuar bajo un ideal regulador, un concepto de lo que a su juicio es correcto y deseable perseguir.

Sin embargo, con todo y lo valioso que tal disposición puede ser, creo que eso es sólo un punto de partida. Los problemas de México son ingentes. Nunca nadie en nuestro suelo, ni Juárez, ni Cárdenas, por ejemplo, encaró tal complejidad política, institucional y moral. Pero si somos capaces de unirnos en lo que nos une, podremos salir adelante. Anoche mismo, Krauze señaló: “hay que reconocer que en este país desigual se requiere una corrección y que en el programa de López Obrador hay elementos muy importantes en este sentido”. Mencionó el combate a la corrupción que se ha propuesto y su talante de austeridad. Y luego remarcó algo que cito de memoria: “pienso también que tendrá la sensatez de dar continuidad a las políticas económicas que han funcionado. Si se construye ese país más justo, con mayor equidad y próspero, un país que se pacifique y en el que se respeten las leyes, las instituciones y las libertades... tendremos un liderazgo único.”

Hay condiciones, pues, para creer que la democracia mexicana está viva.



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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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