El todavía presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está cerrando con “broche de oro” su mandato. No acepta los resultados de la elección, a pesar de que ni los jueces ni el mismo fiscal general, colaborador cercano, han encontrado evidencia de fraude masivo que pudiera cambiar la elección; por otro lado indultó a Michael Flynn, su ex asesor de seguridad, quien se declaró culpable de mentir al FBI sobre sus contactos rusos, y al parecer vienen otros indultos importantes; también el Departamento de Justicia está investigando un posible escándalo de corrupción en el que se habría intercambiado dinero por un indulto; y en cuanto a la siguiente administración, Trump está haciendo todo lo posible por dejar la mayor cantidad de fuegos prendidos para que sea difícil para Biden apagarlos todos.
Es increíble cómo en estos días se han ido confirmando muchos de los temores que en todo el mundo había sobre Trump. Aunque es cierto que gracias a las instituciones norteamericanas, el presidente no ha podido hacer todo lo que quiere: porque si fuera por él, ya se habrían anulado las elecciones, o quizá ya habría cambiado la ley para quedarse en el poder indefinidamente, entre otras muchas acciones antidemocráticas. La personalidad autoritaria y de desdén hacia lo institucional está saliendo a relucir aún más en este final de su administración. Y claro, sus defensores, que siguen siendo muchos, están inventando narrativas para justificar esto: precisamente Michael Flynn exhortó a Trump a declarar “ley marcial” para suspender temporalmente las leyes constitucionales y para que el ejército organice una nueva elección, porque “la amenaza comunista tanto doméstica como internacional es más grave que cualquier cosa que Lincoln o la nación haya enfrentado en la historia, incluida la Guerra Civil”. Impresionante el grado de fantasía.
Apunte spiritualis. Lo peor de todo es que muchos millones de norteamericanos están en ese mismo canal, y aunque se vaya Trump, será muy difícil reparar el daño.
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