Durante décadas, “El Chavo del 8” ha sido considerado un emblema del entretenimiento familiar. Una joya del humor blanco, decían. Hoy podemos ver que ese “humor ingenuo” se revela como lo que realmente es: un espacio de adoctrinamiento patriarcal donde el clasismo, la violencia contra las infancias, la gordofobia y el machismo se normalizaron ante millones de miradas infantiles.
Quienes crecimos viendo televisión en los años 70, 80 y 90 no tuvimos las opciones de la actualidad. No existía el zapping, las plataformas o el control parental. Lo que había era “El Chavo del 8”.
Ahora, parece muy distante e inexistente señal abierta. Sin embargo, en muchas zonas de México, rurales e indígenas, TV Azteca y Televisa siguen siendo las únicas opciones de entretenimiento con características similares a las del “El Chavo del 8”.
Creado por el comediante Roberto Gómez Bolaños “Chespirito”, en “El Chavo del 8” aprendimos sin filtros que los niños pobres y huérfanos son objeto de burla o compasión, no de respeto. Que los golpes y los gritos de madres y padres son parte de una crianza “normal”. Que las niñas que opinan son regañonas e incómodas y las mujeres mayores que expresan sus deseos son ridículas. Y sí, también nos enseñaron que estar gordo es un chiste eterno.
La violencia es un recurso cómico en “El Chavo del 8”. Los golpes, cachetadas, pellizcos, y gritos se acompañan de risas grabadas para que “entendamos” que eso es gracioso. En cada capítulo se repite una dinámica que claramente es violencia infantil. Según datos del INEGI, en México 6 de cada 10 niñas y niños han sufrido algún tipo de disciplina violenta en casa. El castigo corporal es tan normalizado que apenas hace unos años se logró legislar en contra (Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, reforma de 2021). Y de acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), 63 por ciento de los menores de 14 años sufren agresiones físicas y psicológicas como parte de su “educación” en su hogar.
Pocos personajes fueron tan estigmatizados como Ñoño, el niño de la vecindad cuyo cuerpo era motivo de burlas. En un país donde el 38.2% de las niñas y niños tienen sobrepeso u obesidad (ENSANUT 2022), el impacto de estos mensajes no es menor. La gordofobia es motivo de acoso en la infancia, especialmente en la escuela. El bullying es una problemática grave, según el INEGI, el 28% de los estudiantes de 12 a 17 años que asistían a la escuela en 2022 expresaron haber sido víctimas de acoso escolar en los últimos 12 meses.
Las burlas sobre el cuerpo de las personas, disfrazadas de bromas inocentes, contribuyen a trastornos de alimentación, baja autoestima y una cultura del desprecio hacia la diferencia corporal. “El Chavo del 8” educó a millones a reírse de alguien por su apariencia.
“El Chavo del 8” fue también una escuela de masculinidad tóxica y estereotipos. Como el Profesor Jirafales, la autoridad masculina que conquista con flores y palabras rimbombantes a una mujer cuyo mayor deseo es que él se decida a elegirla; el lema fue repetido ahí: “el hombre debe ser feo, fuerte y formal”.
Y las mujeres para Chespirito fueron: Doña Florinda: la mamá soltera estereotipada como neurótica, agresiva y mandona. La Popis: femenina y tonta. La Bruja del 71: ridiculizada por ser soltera. Ninguna mujer era inteligente, divertida o líder.
Los medios de comunicación educan. El entretenimiento no es neutro, forma parte de la sociedad machista y violenta contra las niñas, niños y mujeres que hoy persiste.
Y en tiempos de “cancelaciones”, no se trata de cancelar a Chespirito, sino de cuestionar lo que aún consideramos gracioso, correcto y aceptable. Y entender que es muy necesaria una reflexión crítica permanente acerca de los contenidos que consumimos, tanto los del pasado como los actuales.
Es momento de dejar de romantizar la violencia disfrazada de “humor blanco” y risas.